Pasajeros en una estación de tren por el apagón eléctrico Efe

Desconexión

A la última ·

La gente miraba incrédula sus teléfonos móviles y dedicaba sus más tiernos pensamientos a Putin, sospechoso número uno de cualquier cosa que pase

Pío García

Logroño

Martes, 29 de abril 2025, 00:11

Había este lunes en las calles un cosquilleo de pandemia. La gente miraba incrédula sus teléfonos móviles y dedicaba sus más tiernos pensamientos a Putin, ... sospechoso número uno de cualquier cosa que pase. Es lo que sucede cuando invades un país a las bravas: de pronto te creen capaz de todo. Pero en ese momento inicial, antes de que cobraran fuste todas las teorías de la conspiración, solo había miedo y estupor en los ojillos de los viandantes, un temor antiguo, milenarista. A ver si estamos tan tranquilos con nuestros asuntos y el mundo se acaba de verdad.

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La peste negra llega ahora en forma de desconexión y de pronto no hay luz ni señal en los móviles ni a veces internet. En eso se nota el progreso: en el siglo XVIII ni se hubieran enterado de estos traumas. Vete tú a explicarle a Kant, que en su vida salió de Königsberg, lo que nos pasó ayer. Guerras y hambrunas ha habido siempre, pero estas frivolidades modernas (luces, frigoríficos, ordenadores) son una cosa recentísima y muy frágil, como acabamos de comprobar. A los trenes antiguos no había quien los parara, con sus andares de paquidermo y su formidable humareda negra, pero los AVE son como abuelitas delicadas que sufren bajones de tensión y se desmayan con gran escándalo.

En contra de lo que sostienen los escépticos, del día de ayer, como de lo que nos pasó en la pandemia, sí que podemos extraer una valiosa lección: estamos jodidos. Vivimos a merced de un bichito o de un cable. No vamos a salir mejores ni por asomo, pero a una cierta edad uno se conforma con salvar el pellejo, pasar página y esperar con cierta curiosidad a ver qué sucede en el capítulo siguiente. Lo mismo eligen Papa a Kim-Jong-Un y sigue la juerga.

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