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Esta podría ser la historia de cualquiera de los 63 vascos que fueron asesinados en los campos de exterminio nazi. Republicanos, en su ... inmensa mayoría, huidos a Francia al terminar la Guerra Civil que intentaban ponerse a salvo y acabaron sucumbiendo a la barbarie. Pero el relato tiene nombre y apellidos concretos: Tomás Rebollo Echániz. Nació en Elgeta, se casó y tuvo un hijo. Se despidió de ellos una mañana de 1939 prometiendo que la separación sería corta. No volvió. Perdió la vida en el infierno de Mauthausen tres años después. Aquel niño que quedó esperándole también se llama Tomás y ahora es abuelo. Ocho décadas después sigue manteniendo vivo el recuerdo de un progenitor al que no llegó a conocer. Era un bebé. «Franco y los nazis lo mataron y nos arruinaron la vida».
Rebollo desempolva recuerdos para este periódico. Es solo una forma de hablar porque a sus 81 años la historia de lo ocurrido sigue intacta en su cabeza. La ha hilvanado con el paso del tiempo. La correspondencia de su madre, documentos oficiales, testigos directos... Habla desde su casa de veraneo en Tarragona. «Tengo delante una foto de mi padre». El nombre de su progenitor aparece en el primer listado oficial de víctimas del nazismo que ha publicado el Gobierno central para honrar su memoria. 5.000 españoles.
Tomás Rebollo Echániz murió el 28 de junio de 1942. Tenía 34 años. Había nacido en Elgeta a comienzos de siglo un poco por casualidad. Fue el destino temporal de su padre, un guardia civil zamorano casado con una eibarresa, que antes residió en Galicia y después en Barcelona. Rebollo Echániz creció en la Ciudad Condal en plena República. Tuvo diez hermanos, aunque solo seis superaron la adolescencia. Se dedicó a la forja y el mantenimiento de trenes, pero quería más. «Estudió hasta esperanto», recuerda su hijo. En el 34 conoció a María Olivart en las fiestas de Borges Blanques (Lleida), el pueblo de la joven. El chaval iba con dos amigos porque al trabajar en los Ferrocarriles del Norte el viaje era gratis. Dos años de noviazgo y boda. Al poco estalló la Guerra Civil.
Tomás militaba en la CNT. Esa fue su condena. «Era un simple afiliado, nada más, como otros eran comunistas o socialistas. No se significaba, solo iba a los mítines». Y aunque no pisó el frente colaboró en la retaguardia del bando republicano. La puntilla. Al acabar la contienda «tuvo miedo» y emprendió camino al exilio. Enero del 39. Su hijo tenía un año y 13 días. «Le dijo a mi madre que no se preocupara, que la dictadura de Franco no podía durar» en la renaciente Europa. Aquel bebé aún suspira por la profecía.
Se instaló en el norte de Francia. Un español más trabajando en un alto horno recóndito. Discreción. Pero el sueño fue efímero. Los nazis invadieron el país galo a los cuatro meses y no hubo escapatoria para quienes residían cerca de Bélgica. Una ratonera. Rebollo Echániz fue confinado en varias prisiones sas. Nada comparado con lo que estaba por llegar porque le permitían escribir a su familia. Su hijo aún conserva parte de esa correspondencia. El o se perdió al ser trasladado a Mauthausen. Era noviembre del 41.
Poco se sabe de aquellos últimos meses de Rebollo Echániz en un campo de concentración en el que se calcula que fueron asesinadas entre 120.000 y 300.000 personas. La única luz en el infierno austríaco fue conocer a un vecino de Borges Blanques. Como María. Era Jaime, sobrevivió al centro de exterminio, liberado por las tropas norteamericanas en 1945, y aportó los últimos retazos de la vida de su compadre Tomás. Contaba que se lo encontró dos días antes de morir cerca de la emblemática puerta de Mauthausen. «Venía del campo de trabajo 'de los enfermos', estaba débil pero no para morirse». Al parecer, acabó en el barracón 20, la enfermería. Aquí empiezan las especulaciones del único hijo de la familia Rebollo-Olivart. «Los enfermos no servían así que creo que el jefe médico lo quitó de enmedio».
-¿Sabe cómo murió su padre?
-No a ciencia cierta. O le inyectaron alguna sustancia nociva como gasolina o fue gaseado en la cabina de un camión con el propio tubo de escape. Es posible que el vehículo fuera a Gusen, o directamente al horno número uno de Mauthausen, porque los otros dos crematorios que hubo se construyeron más tarde. Nunca lo sabremos, pero yo quiero pensar que murió allí y ya está.
Como tantas otras víctimas del genocidio nazi, ni el cuerpo ni las cenizas de Tomás Rebollo Echániz aparecieron nunca. Una pequeña placa le recuerda en las paredes de un barracón de Mauthausen. La zona se ha convertido en un mausoleo que honra a quienes penaron allí. La colocó su familia en una de sus primeras visitas al campo de exterminio, al que su hijo ha viajado 18 veces desde 1965. Antes no se podía... y tampoco es que el joven Tomás supiera claramente el destino que había corrido su progenitor. «Yo preguntaba por él, pero mi madre no respondía. Tardó en explicármelo para que no dijera algo inconveniente en la calle. Decía 'ya te contaré más adelante y se callaba'». No solo era para impedir que la barbarie nazi marcara para siempre al niño como hizo con la viuda, la familia de un republicano asesinado también debía andarse con tiento en la posguerra española.
El tiempo pasó. Años, décadas. María Olivart falleció en 2006. «Pensó cada día en su marido, pero siguió adelante y fue una mujer muy comprometida». Guardó siempre las piedras y el alambre de espino que se llevó en su primera visita al campo de exterminio. Esos recuerdos siguen bien a la vista en casa de la familia. Y el hijo sigue acudiendo a Mauthausen. «Paseo por allí e intento imaginar cómo era el lugar cuando estaba mi padre». ¿Le sigue sobrecogiendo? «El daño fue muy grande pero al final te sobrepones». En 2017 visitó por primera vez Elgeta y las sensaciones fueron idénticas. El ayuntamiento, gobernado por EH Bildu, colocó en la plaza una placa que recuerda a Rebollo Echániz.
Tomás Rebollo Olivart forma parte de la asociación Amical de Mauthausen, grupo que reúne a víctimas y familiares de los españoles que pasaron por los campos de exterminio nazi. De vez en cuando lleva su testimonio a colegios e institutos de Cataluña. «No saben ni quien era Franco», lamenta, «su analfabetismo en estas cuestiones es tremendo». No transmite rencor. «Lo único que les decimos es que aquello fue algo que no debe volver a suceder, que el respeto mutuo es innegociable».
En 50 minutos de conversación telefónica, aquel niño que se despidió de su padre una mañana de 1939 solo expresa malestar cuando se le pregunta por el gesto que acaba de tener el Gobierno central publicando los nombres de los españoles asesinados por los nazis. Dice estar «dolido» con la situación. Muchos años esperando «algo más» que un boletín en el que se recogen nombres, fechas y edades. «Queda bonito y es bienvenido, pero llega muy tarde». Ha pasado mucho tiempo, insiste en varias ocasiones. «¿Por qué se publica la lista ahora? ¿A qué viene?», cuestiona. ¿Qué más le gustaría para resarcir la memoria de su padre? No responde. Aunque algo sí que tiene claro. Mensaje a los políticos: «Lo que no quiero es que se utilicen nuestros recuerdos».
El Gobierno central ha puesto por primera vez cifras oficiales al dramático legado de los campos de concentración nazis para España. Casi 5.000 nombres tiene la lista que el Ejecutivo de Pedro Sánchez publicó en el BOE para honrar la memoria de los fallecidos la semana pasada. El balance, en todo caso, parece lejos de ser el definitivo, según confirman diferentes expertos. La red de extermino de Hitler se extendió por Alemania, Chequia, Polonia, Austria... Hubo más de medio centenar de campos y el número exacto de asesinados es incalculable. Además de judíos, fueron eliminados sistemáticamente opositores, librepensadores, comunistas, masones, mestizos, gitanos, homosexuales, negros, testigos de Jehová, discapacitados y «enemigos de guerra».
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