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No es el modelo, es el compromiso

La mirada ·

La reiteración de los pulsos entre Urkullu y Sánchez comienza a resultar no solo extenuante, sino muy poco edificante

Lunes, 2 de agosto 2021, 06:48

Si nos creemos el mantra de que toda crisis esconde una oportunidad, la irrupción de la pandemia desplegó un marco inesperado para testar el estado ... de salud de la España de las Autonomías cuatro décadas después de su instauración constitucional. El modelo, imperfecto pero exitoso, no llegaba virgen al descomunal examen del Covid-19. Había atravesado antes el tránsito de la dictadura a la democracia, el 'tejerazo' de 1981, la LOAPA, el golpeo de sucesivas reconversiones económicas, la persistente devastación del terrorismo de ETA, el órdago del plan Ibarretxe y, en el último lustro, el desafío sin precedentes del secesionismo catalán. No es España país para bromas territoriales, su Historia así lo advierte; como también avisa, en paralelo, de una fortaleza de ese mismo Estado que el independentismo catalán minusvaloró o, directamente, despreció con el resultado por todos conocidos tras el referéndum ilegal del 1 de octubre de 2017. Con ese bagaje, las singulares características de la pandemia han sometido al puzzle autonómico a tensiones novedosas, imprevistas e inéditas. Han revelado lo obsoleto que se ha quedado el marco jurídico que regula el estado de alarma y las dificultades para conciliar el mando indispensable del Poder Ejecutivo, el necesario control del Poder Legislativo y la fiscalización del Poder Judicial. El baile entre poderes lleva año y medio chirriando, como lo hace el funcionamiento de las comunidades hacia dentro, cada una con sus cuitas, y la coordinación de éstas con el Gobierno central. El reto mayúsculo planteado por una enfermedad de consecuencias comunes podía haber incentivado las mejores potencialidades de la España de las Autonomías; incluso con sus deficiencias y el reajuste competencial pendiente en la Constitución. Pero la trabajosa celebración de la Conferencia de Presidentes del viernes en Salamanca, encauzada gracias a su conversión más en un zoco que en un foro constructivo de cooperación, ha terminado de evidenciar que la grandilocuencia de la cogobernanza no basta para engrasar la gestión compartida en un trance crítico. Aunque cabe preguntarse si lo defectuoso es el modelo. O si, más bien, lo es la actitud de quienes lo dirigen y la falta de compromiso -de lealtad- hacia lo que representa formar parte de un Estado compuesto.

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