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Agustín Domingo, catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Valencia, donde dirige el Máster en Ética y Democracia. Irene Marsilla
Agustín Domingo: «El apagón revela la sociedad indolente que hemos creado»

Agustín Domingo: «El apagón revela la sociedad indolente que hemos creado»

El profesor de filosofía y ética considera necesario entrenarnos en la desconexión digital porque «la digitalización ha generado una economía de la atención que ha convertido a las personas en adictos seguidores de unas pantallas que activan la dopamina neuronal»

Jesús Falcón

San Sebastián

Viernes, 2 de mayo 2025, 12:18

Agustín Domingo, catedrático de Filosofía Moral y Política en la Universidad de Valencia, tiene claro que la sociedad no está preparada para sufrir un apagón eléctrico y digital como el ocurrido el pasado lunes, considera que vivimos en un «engolosinamiento de lo digital quenos impide profundizar y degustar lo natural» y aboga por «reclamar una cultura socio-política de la responsabilidad», es decir, «denunciar las explicaciones y causas impersonales o despersonalizadoras». En su ensayo 'Homo Curans' (Editorial Encuentro, 2022) ya hablaba de conceptos como la cultura del cuidado en situaciones de vulnerabilidad

- Usted considera que ni gobiernos ni empresas estaban preparadas ante el colapso digital tras un apagón como el de España, ¿qué revela ello sobre nuestra forma de organizar la vida actual?

- El apagón revela la vulnerabilidad indolente de la sociedad en la que nos encontramos. No creíamos que un volcán como el de la Palma causara los destrozos que causó, tampoco pensamos que podrían morir tanta gente durante la pandemia, menos aún imaginábamos que se podría reproducir la Dana o riada en Valencia y… así estamos. Hemos cambiado poco nuestros hábitos, nuestros valores y nuestras prácticas de consumo. Seguimos manteniendo el mismo estilo de vida y viviendo aceleradamente. La aceleración no es solo tecnológica sino tecnocrática, las decisiones socio-políticas exigen cambios continuos para dejar a las personas en situación igual o peor. Los argumentarios de los partidos exigen nuevas ideas, nuevas propuestas, nuevas noticias, nuevos proyectos. La tradición no cotiza en política y lo que no es tradición es plagio.

- ¿Vamos muy acelerados?

Deberíamos preguntarnos por el sentido de tanta aceleración en todos los procesos. Harmut Rosa, un filósofo alemán, ha criticado esta psicosis que genera la aceleración tecnológica de la modernidad tardía y nos invita a cuestionarla mediante lo que él llama «resonancia». Otros analistas como B. Ch. Han, Richard Sennett o Z. Baumann nos advierten de una hiperconexión sin comunicación, una economía sin relatos que merezcan la pena y una vida de consumo sin sentido. El propio Francisco tiene textos importantes en la Laudato Si o la Fratelli Tutti.

- Usted habla también de la cultura de la prevención, ¿qué elementos considera esenciales para construirla, ante posibles fallos en infraestructuras digitales u otras crisis?

- Una cultura de la prevención es la expresión de una cultura de los cuidados, de la cautela y de la precaución, pero sobre todo es el resultado de una cultura de la corresponsabilidad. El engolosinamiento de lo digital nos impide profundizar y degustar lo natural. El incremento de la digitalización se ha producido a costa de la despersonalización y la deshumanización. La economía y la istración pública se han digitalizado pero no funcionan mejor, el cliente, el y el ciudadano están más insatisfechos que nunca. Los servicios públicos no han mejorado y el problema es que ahora nadie se responsabiliza de nada. Ya no hay nadie al otro lado de la ventanilla que nos pueda decir, con mayor o menor amabilidad, «vuelva usted mañana». Y nuestras élites económicas, políticas y istrativas parecen emborrachadas por la digitalización, rehuyendo el cara a cara, el cuerpo a cuerpo de la deliberación política. Hablar con el ciudadano, atender con amabilidad un servicio y que una persona te responda ante una demanda cívica es algo revolucionario. La aplicación de la aceleración tecnológica y la digitalización a todas las políticas públicas y los servicios públicos exige más personalización y más humanidad.

- ¿Hemos delegado demasiada autonomía y control a la tecnología sin prever las consecuencias?

- Más que autonomía se trata de automatismo y mecanicismo. La tecnología no es neutral, nunca ha sido neutral, es parte de nuestra cultura y parte de nosotros mismos. Somos artificiales por naturaleza y siempre hay un responsable de un proceso que la tecnología pone en marcha. Los algoritmos, los drones y los misiles balísticos intercontinentales no son armas automáticas que funcionan solas, siempre hay una decisión humana, incluso «demasiado» humana. En la ética de la responsabilidad sabemos que siempre hay consecuencias no previstas de nuestros actos, elementos involuntarios, actos que realizan «sin querer», «efectos colaterales» que exigen una teoría de la decisión moral.

  • Ensayo Homo Curans, de Agustín Domingo Moratalla

El cálculo moral no consiste únicamente en anticipar consecuencias y prevenir escenarios sino en reconocerse débil cuando decidimos, frágil cuando actuamos y culpable cuando hacemos el mal. Hemos generado una cultura de la seguridad, las garantías y el todo riesgo, sin educar para la prudencia, para la cautela y para la asunción de culpabilidades. La historia de la ética nos enseña que no hay responsabilidad sin reconocimiento de la fragilidad y vulnerabilidad, lo que en ética llamamos «culpabilidad moral».

- ¿Y a qué se refiere cuando habla de la cultura del perdón?

- Es que la hemos olvidado, equivocarse no es sólo «fallar» o «errar», también es «reconocer» que no somos perfectos, que somos capaces de hacer el mal. Y que incluso podemos arrepentirnos y «pedir perdón». La culpabilidad y el perdón han dejado de ser categorías de la aceleración digital. Por eso, la Algor-Etica integra el cuidado, la vulnerabilidad y el perdón. Aún no hemos visto a nuestras élites tecno-políticas pedir perdón por nada… y así nos va. Hemos depositado una fe ciega en la tecnología como desarrollo de una visión excesivamente optimista de la ciencia y sus aplicaciones.

- ¿Somos realistas respecto a lo que nos da y nos quita la tecnología?

- En la ética contemporánea llevamos mucho tiempo advirtiendo que esta razón «instrumental» o «técnica» es moralmente muy pobre, que necesita ser repensada desde la razón práctica en su sentido más amplio y, por tanto, en términos de razón comunicativa o compasiva. Nos falta una visión realista del sistema tecnocrático, lo hemos idealizado y hemos proyectado en él nuestros deseos. Esto lo podemos ver con la seducción que tiene la IA (inteligencia artificial) entre las élites, sin haber pensado nunca qué es la IN (inteligencia natural). Por ejemplo, en los desarrollos y aplicaciones sociales del reglamento europeo de la IA se nos pide capacitación en ética, entrenamiento en deliberación moral, reconocimiento de límites y educación en razón prudencial, ¿alguien ha puesto en marcha esta dimensión educativa y formativa en IN para el uso de la IA? La inversión en digitalización, ciberseguridad y dataficación ha sustituido a la inversión en moralización y responsabilización de la ciudadanía. Necesitamos una inteligencia cordial que medie entre la IA y la IN.

- ¿Qué papel deben jugar los ciudadanos en su propia resiliencia digital, más allá de lo que hacen gobiernos y empresas?

- La resiliencia es una cualidad humana, no de los artefactos digitales. El nuevo principio de la educación de calidad está relacionado con el arte de la desconexión y la personalización de los servicios: «Me desconecto, luego existo». «Ha llegado usted a una biblioteca, zona liberada de wi-fi», «Para comer no le hace falta el móvil». De los gobiernos y las empresas esperamos iniciativas de personalización, creatividad y humanización. Están borrachos de digitalización y la poca sensatez tiene que venir de campañas de participación ciudadana como la que puso en marcha Carlos San Juan en Valencia y puso en jaque a los bancos porque no le atendía una persona. Son necesarias agrupaciones de consumidores y ciudadanos críticos que reclamen ser atendidos por seres humanos y acompañamos en todos los servicios por algo tan revolucionado como una persona.

Entre los ciudadanos y los gobiernos está la familia, los hábitos sociales y el modelo de sociedad que estamos construyendo. La clave está en la sociedad civil, en los hábitos del corazón y ciudadanía participativa. Y sobre todo en un buen maestro bien valorado socialmente. Tenemos un sistema educativo donde nos sobran artefactos digitales y nos faltan maestros ejemplares.

- ¿Podemos entrenarnos para la desconexión?

- Lo necesitamos, y necesitamos entrenarnos para la meditación, para la resonancia, para el silencio, para el recogimiento, para la concentración. La digitalización ha generado una economía de la atención que ha convertido a las personas en adictos seguidores de unas pantallas que activan la dopamina neuronal. La adicción digital no genera personas libres y solidarias.

- En un contexto de incertidumbre y cambio acelerado, ¿qué valores considera más urgentes de reforzar en la sociedad?

- La prudencia siempre es una virtud en la que deberíamos entrenarnos. Y sobre todo la compasión y la generosidad. Además de la prevención y la cautela, lo que nos ha permitido salir adelante cuando hay una crisis o apagón tecnológico siempre es la ayuda mutua, la solidaridad, la generosidad, la entrega desinteresada entre los vecinos. Entre la educación para la ciudadanía y la amistad se encuentra la educación para la generosidad vecinal. En la pandemia muchos descubrieron que no vivían solos y tenían una figura social revolucionaria que era «el vecino».

- ¿Qué principios considera que estamos dejando atrás?

- En la tradición ignaciana se dice que «en tiempos de desolación no hacer mudanza». Es la quinta regla de la primera semana de los Ejercicios de San Ignacio de Loyola. Si todos los estudiantes de bachillerato y universidad hicieran los ejercicios de San Ignacio, aunque no sean creyentes, entrenarían su voluntad y las disposiciones de ánimo para aprender a salir de sí, para des-centrarse, para entrenarse en la compasión y en la inteligencia cordial: «en todo amar y servir».

- ¿Qué significa para usted ser un «ciudadano con visión de futuro, prudente y responsable» en un mundo hiperconectado y volátil? ¿Es posible?

- Ser un ciudadano con capacidad de juicio propio, para ir en contra del rebaño, para adoptar con otros amigos decisiones contraculturales, para emprender iniciativas de austeridad, inversiones cooperativas, cultivar una tradición moral o espiritual, disfrutar de una conversación sin conexión.

- ¿La transformación tecnológica está erosionando esos valores fundamentales?

Si los valores fundamentales son los de la constitución, hemos comprobado que nuestras élites políticas y financieras los tienen poco en cuenta. No me resisto a utilizar la imagen de la cultura de la aceleración tecnocrática como un coche en el que vamos siempre en quinta o sexta, sin respetar los semáforos, compitiendo con otros locos al volante… sin saber a dónde van. Debemos aprender a cambiar marchas, aprender a frenar, aprender a respetar los semáforos porque no todo lo que se puede hacertécnicamente se debe moralmente hacer, entre el poder tecnocrático y el deber moral está nuestra capacitación para la responsabilidad. Faltan lo que llamaba Paul Ricoeur «células de consejo», comités de ética, comités de buenas prácticas, organizaciones que promuevan la deliberación organizativa para calcular comunitariamente las consecuencias, los efectos involuntarios, lo circunstancial o imponderable para lo que no nos prepara la tecnocracia. Y falta una cultura del reconocimiento de culpas, de pedir perdón en público.

- ¿Estamos construyendo una sociedad digital que promueva la autonomía y la responsabilidad, o más bien una que refuerce la dependencia y la fragilidad?

- Sería importante que aprovechemos estos momentos de reflexión para promover una cultura del cuidado y trabajar para que las políticas sociales (educativas, sanitarias y culturales) se vertebren en torno a la ética del cuidado. La ética del cuidado es una ética de la responsabilidad convencida, de la precaución, de la prudencia. Hasta ahora se hablaba de cuidado en general y no se pensaba mucho, nos referíamos a los cuidados de los padres a los hijos, de los profesionales de la residencia o los hospitales a los residentes o pacientes. Sin embargo, los deberes de cuidado afectan a todos los ámbitos o dimensiones de nuestra vida porque cuidar es vigilar, prevenir, planificar, anticipar. Nos falta coraje para proponer el cuidado como valor central del estado y la política social. Nuestro modelo constitucional no es el de un estado y una sociedad del bienestar, es un modelo de «estado social» y «política social»; donde lo social no es el bienestar sino la precaución, la cautela, la mutualidad. Las nuevas sociedades europeas sólo saldrán adelante si se organizan en términos de «cuidado», si piensan y plantean «lo social» en términos de «cuidado mutuo».

- ¿Qué oportunidades ve en medio de esta vulnerabilidad digital para repensar nuestro modelo de desarrollo?

- Es una ocasión para promover un desarrollo sostenible que esté liderado por élites técnicas y políticas con empatía, con sensibilidad moral, con generosidad cívica. Las que tenemos están dando muestra no sólo de incompetencia técnica sino de incompetencia moral porque sin incapaces de mostrar sensibilidad moral y, sobre todo, asumir la parte de responsabilidad que les compete. Aunque no sean psicológicamente culpables, son moralmente responsables. El problema es nuestra capacidad de resistencia como ciudadanos para aguantar, soportar e inmunizarnos ante su falta de veracidad y responsabilidad. Tenemos una élite política que no está a la altura de la ciudadanía.

- Entonces, ¿podría un apagón o una desconexión masiva convertirse en una oportunidad de reencuentro humano y reflexión colectiva, o tener algún otro efecto positivo?

- Necesitamos transformar el apagón en oportunidad para mejorar los sistemas de prevención y reclamar una cultura socio-política de la responsabilidad. Lo que significa denunciar las explicaciones y causas impersonales o despersonalizadoras (fallo del sistema, accidente imprevisto… ). Como he comentado en mi libro Tecnocracia y desvinculación (Editorial TEELL, Zaragoza 2024) la tecnocracia es una oportunidad para descubrir los vínculos, para repensar los vínculos, para sentir la importancia y el valor de la libertad como vinculación que religa o compromete.

- ¿Qué mensaje le daría a los jóvenes que han crecido sin conocer el mundo sin conexión permanente?

- Que la condición humana es frágil y vulnerable. De la misma manera que la tigreidad no cambia, la humanidad sí cambia. Pero no todo cambio o progreso nos hace mejores. Les diría que leyeran la 'Meditación sobre la técnica', de Ortega y 'El hombre a la búsqueda de sentido' de Viktor Frankl. Necesitamos ingenieros y políticos con elevadas convicciones morales para prevenir estos apagones. Pero también profesionales que se entrenen para las artes, la música, la poesía o la filosofía. Que no se avergüencen de estudiar Humanidades o leer a los clásicos.

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