Un cuadro abstracto

Los taurinos que vayan a verlo (habrá que descontar de ellos los detractores que también tiene Andrés Roca Rey, el peruano que se ha encaramado al primer puesto en el escalafón de matadores) disfrutarán más que el resto, al dominar los ritos, las suertes, el léxico de un mundo del toreo que aquí se muestra en bruto y sin explicaciones, como pura imagen. El enfrentamiento del torero con su propio miedo y con un enorme animal ensangrentado.

Y quiénes no somos ni anti ni pro sino más bien ajenos al arte de Cúchares, ¿qué? Pues nos encontramos con la película más impersonal de un realizador muy personal, Albert Serra. Este cede el protagonismo a esas corridas ahora en entredicho. Ni les añade épica ni les quita la indudable fuerza visual que tienen. El sonido (nunca escuchamos así las voces del torero y su cuadrilla, los resoplidos del toro), el montaje, los planos que por momentos parecen cuadros abstractos con manchas rojas, conforman un espectáculo único.

No hagan caso de la sinopsis: 'Tardes de soledad' no muestra un día de corrida de toros sino media docena de faenas, todas parecidas (salvo cuando surge un revolcón), todas intercaladas con las masculinas charlas en la furgoneta a la ida y a la vuelta entre Roca Rey y su cuadrilla (fascinantes hombres como antiguos, que ven en su maestro la verdad). Y lo que hubiera funcionado como un mediometraje interesante se repite durante más de dos horas. El aburrimiento, en fin, acaba dando derrotes.