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Edurne Pasaban se siente como en casa en la cima del planeta, pero la tolosarra, con naturalidad y cercanía, demuestra que siempre ha mantenido los pies en la tierra. Es referente fuera y dentro del alpinismo, una mochila que nunca ha sentido como un peso extra. «Ser una persona a la que los jóvenes iran me hace sentirme orgullosa», dice. Siempre será la primera mujer en completar los catorce ochomiles, pero en quince años la vida evidentemente cambia, y las prioridades también. «Creo que soy la misma. Lo que ocurre es que también he madurado, soy más mayor. Lo que ha cambiado es quizás la forma de ver la vida, de enfrentarse a ella, y a los retos... Aprendes a restar importancia a las cosas que no la tienen», apunta en una entrevista audiovisual que puede verse de forma íntegra en la web diariovasco.com y en el canal de Youtube de DV y en sus redes sociales.
Reconoce emocionada que le cuesta decir que «ha llegado el final, que me he jubilado o por lo menos ya me he retirado. Todavía la gente me pregunta si hago alpinismo y yo a esa respuesta no sé qué contestar. Me cuesta, porque no voy a los ochomiles pero sigo haciendo montaña y sigo haciendo alpinismo».
Siempre tuvo claro que quería ser madre pero mientras estaba en activo no lo vio posible. «Ahora siendo madre sé que hubiera sido imposible. Seguramente hoy no hubiéramos estado aquí celebrando el aniversario porque no lo hubiera conseguido», asegura. Explica con total naturalidad cómo afloran los miedos «por otra persona que depende de ti, a dejarlo solo o que le pase algo».
«Descubrí lo que era realmente el miedo cuando fui madre. Alguien quizá se sorprenderá, porque para mí el miedo ha estado muy presente siempre. Me he enfrentado a la muerte, he perdido a mucha gente. Pero ese miedo ahora sé que solo se siente cuando tú eres madre, es completamente diferente. Siempre digo que mi hijo es el decimoquinto, y que éste es para siempre».
Le ha tocado hacer el ejercicio de ponerse en el lugar de sus padres. «Muchas veces lo pienso porque yo me iba tres meses y no sabían nada de mí hasta que volvíamos. Ahora hay mucha comunicación, pero entonces no, cero patatero. Pienso que mi madre y mi padre debían de ser de otra pasta. O fueron muy valientes y nada egoístas porque dejaron hacer a su hija lo que ella quería».
La esencia de la niña que empezó en el club de montaña de Tolosa sigue intacta, pero tiene claro que «la tranquilidad de los 51 es el conocerse bien». Sigue siendo ambiciosa aunque ahora los retos sean diferentes. «He empezado a correr en montaña y me pico con las de veinte. Pero es que la que es competitiva lo es siempre, no importa la edad. Mi marido dice que va a tener una vejez malísima», bromea.
Centra sus esfuerzos en ayudar a las mujeres en Nepal con su fundación. Intenta que se reconozca «el valor de la mujer, que tengan simplemente la oportunidad de estudiar». Sigue poniendo sobre la mesa la importancia de cuidar la salud mental, «porque por fin empezamos a romper ese tabú pero todavía en el 2025 nos cuesta muchísimo pedir ayuda porque creemos que nos van a juzgar».
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