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Vuelve la tensión al mercado de deuda americana. La decisión de la agencia Moody's de arrebatar el rating 'Triple A' (la nota más alta) ... a este mercado ha sido la excusa perfecta para que los inversores demuestren su desconfianza en la economía del país, en plena incertidumbre por el riesgo de desaceleración ante el impacto de la guerra arancelaria impulsada por Donald Trump.
Los expertos coinciden en que la decisión de Moody's puede ser meramente simbólica en términos de impacto en el mercado, pero pone de relieve el enorme desafío fiscal al que se enfrenta EE UU. Algo que se está dejando notar especialmente en la evolución de los bonos a más largo plazo del país.
La desconfianza inversora ha vuelto a provocar una ola de ventas que hunde el precio de los bonos, disparando su rentabilidad (que se mueve de manera inversa) por encima del 5%. Es la primera vez desde 2023 que se rebasan esos niveles en un sector que ya obligó a Donald Trump a dar marcha atrás en su agresiva política arancelaria.
El motivo es evidente. Los bonos son emisiones que los Estados o las empresas utilizan para financiarse en el mercado. Y la rentabilidad marca lo que exigen los inversores para comprar esa deuda. Es decir, cuanto más alta, peor para colocar las emisiones a precios razonables y peor también para la evolución de la deuda.
«La rebaja de Moody's no sorprende y no es probable que tenga un impacto significativo en sí misma, pero se produce en un entorno ya de por sí delicado y recuerda a la comunidad inversora una vez más que la dinámica fiscal actual de EE UU no es sostenible a largo plazo», apunta Dario Messi, responsable de análisis de renta fija en Julius Baer.
Lo mismo opinan los analistas de Bank of America, que apuntan que «aunque es poco probable que la rebaja de calificación de la deuda soberana estadounidense del viernes por parte de Moody's resulte en ventas forzadas, sí podría empeorar la confianza en los bonos del Tesoro de EEUU».
La agencia crediticia atribuyó la medida a los elevados déficits fiscales en el país, que han provocado un fuerte aumento de la deuda pública en la última década, y a unas ratios de pago de intereses relativamente altas.«Si bien no es la razón principal, la rebaja se suma a la lista de argumentos por los que los inversores no deberían entusiasmarse demasiado con la exposición a la duración en este momento», añaden los expertos.
Los bonos a diez años -principal referencia del mercado- también superan ya el 4,5%, como en los momentos más tensos del mes abril, en pleno estallido de la tensión comercial. La huida de activos que hasta hace bien poco eran considerados como un refugio frente a las turbulencias también se deja notar en el dólar, que vuelve a perder posiciones frente al resto de principales divisas. El cruce con el euro se sitúa en 1,12 dólares, con una caída del 0,7% para el billete verde.
«Desde los estruendosos anuncios del Liberation Day, la mayor parte de las clases de activos ha borrado los violentos movimientos de comienzos de abril. ¿Todas? Menos dos: el dólar y los bonos estadounidenses a largo plazo», apunta Clément Inbona, gestor de fondos en La Financière de l'Échiquier. «Esta situación pone de relieve, por un lado, la desconfianza hacia el billete verde y, por otro, los temores que despierta la sostenibilidad de la deuda estadounidense», insiste.
El gestor apunta a que «entre 2022 y 2024, con un déficit anual medio de más del 6% respecto al PIB y un crecimiento del 2,7 %, la economía estadounidense pareció estar dopada con déficit público, como un ciclista a finales de los años 1990». Es aquí donde observa el otro gran problema: el lastre de los intereses que no deja de aumentar: de una media del 1,5 % durante dos décadas, se ha disparado desde la crisis de inflación posterior a la covid y supera actualmente el 3% del PIB.
Así, y en plenas negociaciones para las líneas maestras de los presupuestos de 2026, bautizados por Donald Trump como Big Beautiful Bill, se teme por la evolución de los ingresos -por la esperada caída del consumo y las rebajas de impuestos- y de los gastos. «Con una deuda total próxima al 100% del PIB y un déficit estructural elevado que podría agravarse aún más, no se puede descartar el riesgo de que el Big Beautiful Bill se transforme en una gran y hermosa factura que estreche un poco más el cerco sobre la deuda pública y obligue a la istración federal a una gestión más rigurosa», apuntan los analistas.
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