
Secciones
Servicios
Destacamos
Tampoco tenemos la necesidad de llegar temprano a Pamplona, pero no nos queda otra. Si queremos ir en tren, debemos montarnos en el de las 7.00 horas. El único que va directo desde la estación de Donostia. Por los pueblos de Tolosaldea, Goierri y la Sakana, pero directo. En los billetes, que nos cuestan 8,10 euros más el 10% de IVA, indica que llegamos a las 9.00. Descartamos, por inverosímiles, las otras tres ofertas de Renfe, a las 11.30, 14.00 y 16.52. Los tiempos de viaje oscilan entre las 3 horas 22 minutos y las 4 horas 57 minutos, con cambio de trenes por el camino en todos los casos.
A las 6.50 horas, en el andén, sospechamos que los cerca de cien pasajeros que nos rodean no pueden estar desafiando a la lógica a la vez. Además, muchos llevan maleta. Preguntamos. Van a Barcelona. Sentados en nuestra plaza –coche 3, asientos 2A y 2B–, bajo el síndrome de la candidez absoluta, interpelamos al revisor de billetes. ¿Cuántos nos bajamos en Pamplona? Consulta su teléfono inteligente y confirma: «Entre los 93 pasajeros del tren, solo 4». Nosotros y dos más.
61 minutos de viaje
El traqueteo soporífero se detiene a los 61 minutos. Son las 8.01 horas y estamos en la estación de Zumarraga. Entran un soplo de aire fresco y siete personas. Dos de ellas, a nuestro vagón. Son Luisa Nogales y Manuel Tellado, matrimonio de Figueras. «Tenemos al hijo trabajando en Tolosa y hemos venido de visita. Para coger este tren, hemos cogido otro a las 6.40 en Tolosa. Nos lo tomamos con paciencia. La verdad es que todo va un poco lento aquí. Se agradecerían conexiones más rápidas. Cuando venimos a Euskadi, nos movemos en el coche del hijo, porque si no... Allí sí tenemos alta velocidad. De casa a Barcelona estamos en una hora. De todas formas, lo peor es hasta vuestro destino, porque luego se acelera. Llegamos a Barcelona a las 13.00 horas, cuatro horas desde Pamplona», cuenta Luisa.
Prosigue la excursión y la luz del amanecer nos permite comprobar el tránsito entre el paisaje industrial y el tapizado de prados que conduce a la sierra de Urbasa.
90 minutos de viaje
A las 8.29 horas, volvemos a parar. Activamos el botón para que abran las compuertas y sacamos el cuello al fresco. Nadie. El andén de Altsasu permanece desierto. Ni subidas, ni bajadas. Dos minutos y seguimos.
Debe quedar poco para nuestra parada y nos despedimos del viajero que nos ha dado palique. Guzmán Cubero va a Barcelona –no va ir a Pamplona– a visitar a su hijo y su nieto. «El resto de la familia va en coche, pero con los niños y todo no entramos así que a mí me toca el tren. Bueno, no es como cuando vamos de Hendaia a París, que vas a toda leche, pero voy tranquilo y es un buen sitio para leer», asegura mostrándonos el XLSemanal del DV del domingo anterior.
Nos levantamos para estirar piernas con la excusa de que ya son las 9.02 horas y debemos de estar cerca, pero aún no sentimos el frenado. Unos minutos más.
126 minutos de viaje
Por fin, llegamos a la estación de Pamplona a las 9.06. Hemos cubierto 82 kilómetros en 126 minutos.
Ponemos pie a tierra en el andén con sensación de circular en dirección contraria. Casi un centenar de personas se disponen a subir al tren pero nuestro reto es descubrir en medio de todas ellas a quien ha perpetrado nuestra misma excentricidad. Solo una persona se baja como nosotros para no volver al tren. La cuarta de la que nos había hablado el revisor se ha debido de quedar dormida o se equivocó al comprar el billete. No hay más. Solo un joven corpulento.
Le asaltamos para saciar nuestra curiosidad. Se llama Iván del Campo. «No suelo viajar en tren pero hoy me he subido en Zumarraga porque quería un sitio para poder dejar el coche un par de días y allí hay parking gratuito. Como vivo en Deba, en poco más de veinte minutos estoy allí. Vengo al festival Punto de Vista y quería olvidarme del coche en ese tiempo. Es un poco lento, pero en poco más de una hora el tren me ha traído hasta Pamplona. No es para todos los días, y tampoco es viable si vives en Donostia, pero, pese al madrugón, hoy a mí me ha venido bien».
Coincidimos con Iván fuera de la estación. Al igual que nosotros, necesita transporte público. El barrio de San Jorge queda alejado del centro. Nos despedimos y nos dirigimos a la estación de autobuses para emprender el camino de vuelta sustituyendo los raíles por las ruedas.
Compramos dos billetes a Donostia en Alsa. Aquí sí nos sentimos dos más. Lo que hacemos parece tener sentido. Nos asignan dos asientos en la última fila en el de las 9.45. Mejor no perder tiempo, aunque hubiéramos tenido otro a las 11.00. La frecuencia es alta. Debe de ser la demanda.
Contamos las cabezas que vemos delante y no queda ni una plaza vacía. Lleno. 58 pasajeros.
El joven que se sienta a nuestro lado, Juan Hernández, viene desde Barcelona y quiere ir a Irun, donde tiene familia. Le requerimos por sus hábitos de movilidad y se queda a gusto. «No estáis nada bien comunicados. Me tengo que comer mucho la cabeza para organizar el viaje. Antes había dos frecuencias de trenes directos desde Barcelona, pero desde la pandemia suprimieron una. Decidí tomar el AVE hasta Zaragoza, hacer noche allí, coger un autobús a Pamplona y ahora este otro a Donostia», relata.
Por una cuestión de incomodidad, y por respeto al resto de viajeros, pactamos con la pareja que se sienta delante poder tener una charla al llegar a Donostia. No resulta ni cómodo ni efectivo entrevistar «como sardinas en lata», tal y como nos ha revelado que se va en autobús un anónimo defensor del tren en la estación de Pamplona. Así que llegamos a Atotxa a las 10.53 –una hora y ocho minutos después de arrancar en la capital navarra– y mantenemos la última conversación.
La chica se llama María Urretavizcaya, nacida en Errenteria pero residente en Tudela, y su compañero, Pablo Ruiz, de Zaragoza. Pertenecen a una alianza de universidades europeas y llevan a un grupo de alumnos a conocer San Sebastián. No lo dudan. «Cogemos el autobús porque el tren no es práctico. Solo hay uno directo y es por la tarde. Además, es más caro y tarda el doble. Teniendo Pamplona tan cerca, no merece la pena», razona María.
Pablo rubrica sus palabras y añade que «para la distancia que hay, me quedo con el autobús por precio y flexibilidad. He venido a Donostia bastantes veces y desde Zaragoza tenía que bajarme en un tren y subirme en otro. Para el tiempo que tarda, no compensa la comodidad. Además, he llegado a sufrir retrasos importantes en el tren. En algunos casos, para cuando salía de la estación, podía haber estado en el destino».
Entre los 'no viajeros' del trayecto Donostia-Pamplona en tren y el relato de los s del autobús que une ambas ciudades, la conclusión parece evidente. Constatamos, además, que la opción de los raíles debe llevar necesariamente aparejado el derecho a siesta para el mismo día.
Créditos
Narrativa Izania Ollo
Publicidad
Miguel González | San Sebastián y Oihana Huércanos Pizarro
Beatriz Campuzano | San Sebastián
Esta funcionalidad es exclusiva para suscriptores.
Reporta un error en esta noticia
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.