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El síndrome del impostor es un cuadro psicológico en el que la gente se siente incapaz de asumir y aceptar sus logros y sufre un miedo persistente a ser descubierto como un fraude. Piensan que están engañando a los demás, creen que no poseen las cualidades que se les atribuyen, que su vida es un gran engaño y que no merecen el reconocimiento que reciben. Es más frecuente en mujeres, tal vez porque todavía faltan referentes femeninos. Se fustigan e infravaloran su enorme competencia. Siempre hay alguien más inteligente y mejor.
La psicóloga V Young categorizó cinco grupos: los perfeccionistas, nunca satisfechos con sus logros; los individualistas que rechazan pedir ayuda; los expertos que piensan que no lo merecen; los genios naturales que se agobian si no hacen las cosas con fluidez y a la primera y los superhumanos que se presionan para trabajar más duro y dar la talla. Este síndrome es un rasgo extremo de la personalidad (humildad, timidez), pero no es patológico, salvo cuando es muy intenso y provoca ansiedad y desazón que interfiere con la vida cotidiana. Es una lástima porque aleja de posiciones sociales prominentes a personas excepcionales.
Su antítesis es elefecto Dunning-Kruger, un sesgo cognitivo por el que gente incompetente es ciega sobre su propia incompetencia. Es el colmo de la estupidez porque, con frecuencia, alardea de ello. Ignorancia y estupidez no son lo mismo: todos somos ignorantes sobre muchas cosas, pero somos conscientes de ello y no somos tan estúpidos como para presumir de un conocimiento que no tenemos. Este efecto lleva a tomar malas decisiones y es un freno para que el afectado aborde sus deficiencias. Se suele acompañar de soberbia, orgullo y vanidad.
El orgullo es la vertiente emocional de la soberbia y la vanidad es su cara externa y social. La soberbia es más intelectual. Emerge en alguien que realmente tiene cierta superioridad en algún plano de la vida: políticos, financieros, científicos, artistas. El soberbio es indiscreto y poco elegante. Cree que su criterio es mejor que el de los demás y nunca escucha, aunque enfrente haya un experto, confirmando la idea de que la soberbia es enemiga de la inteligencia y aliada impagable de la estupidez. Son egoístas intelectuales con tendencia al dogmatismo simplón. Carecen de humildad y, por tanto, de lucidez. Vituperan a todos, pero tienen la piel muy fina y no soportan la crítica. Se consideran merecedores de lo mejor y se sienten impunes. Viven rodeados de un coro de aduladores que ensalzan su figura (cuando un cónsul romano volvía de una campaña bélica victoriosa exhibiendo el botín, una persona tenía la única función de susurrarle al oído «recuerda que eres mortal», un mensaje para bajarle los humos y hacerle pisar tierra firme).
Estupidez y soberbia confluyen en los seres narcisistas, enamorados de sí mismos que ignoran y desprecian todo lo demás. T Erikson, autor de 'Rodeados de narcisos', los describe como arrogantes, soberbios, mentirosos y manipuladores. Son personajes de novela, inmorales que coquetean con la sociopatía, osados y carentes de empatía y escrúpulos para mentir con descaro y vender a su madre si fuera preciso. Tal vez venga a su mente la imagen de dos tipos famosos, poderosos y altos, uno rubio y otro moreno.
Una variante benigna y más extendida del efecto Dunning-Kruger es el efecto lago Wobegon, así llamado a raíz de un serial de radio americano que anunciaba que «en este lago todas las mujeres son fuertes, todos los hombres son atractivos y todos los niños están por encima del promedio». Consiste en creerse estar por encima de la media en inteligencia, destreza al volante, sentido del humor, bondad, contribución a las tareas domésticas y otras muchas cosas. Por desgracia no es cierto y nos sobrevaloramos sin ser conscientes. Los individuos con estos rasgos de la personalidad distorsionan la realidad. Lamentablemente, en esta sociedad de mediocres, el estúpido soberbio tiene más predicamento y posibilidades de medrar que el que se siente un impostor y subestima su valía.
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