Bielorrusia, para qué disimular

Que la UE y el mundo occidental considere que los comicios no han sido ni libres, ni justos, ni transparentes; que tache el proceso electoral de ilegítimo e inste a Lukashenko a liberar a los más de mil presos políticos que están en sus cárceles; que Bruselas aumente las sanciones y apoye a la inexistente oposición y a las supuestas fuerzas democráticas bielorrusas; que critique que la invitación a la Organización para la Seguridad y la Cooperación en Europa (OSCE) y su Oficina de Instituciones Democráticas y Derechos Humanos se realizara sólo diez días antes de las elecciones, y, finalmente, que se vuelva a cuestionar el apoyo que el régimen bielorruso da a la agresión rusa en Ucrania y las injerencias híbridas en otros de sus vecinos, no servirán de nada. Son cantos al sol y «aplaca conciencias».

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A Lukashenko le importa un comino que no se reconozca el resultado de las elecciones en la UE y en el mundo occidental. Tampoco le afectan especialmente ni el aislamiento internacional, ni las sanciones. Desde las graves protestas de 2020 cualquier atisbo de oposición ha sido eliminado. El control del país es total. El líder bielorruso ni se oculta ni disimula. Está convencido de que no tendrá problema alguno con el Gobierno de Donald Trump, que se solucionará la guerra en Ucrania y que es la UE y Europa (no la suya) la que será sojuzgada y avasallada por el líder estadounidense.