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La democracia portuguesa tiene síntomas de fatiga crónica: descontento popular, desconfianza en unos políticos salpicados por la corrupción y fragmentación en un Parlamento donde parece ... imposible sumar una mayoría estable. Tras la caída del Gobierno conservador de Luís Montenegro, los ciudadanos, cada vez más escépticos y con los bolsillos más vacíos, están convocados a las urnas este domingo para votar por tercera vez en tres años en una elecciones anticipadas. Desde 2019, ningún Ejecutivo ha logrado completar la legislatura.
Las encuestas tampoco auguran una solución a corto plazo: Montenegro y la coalición de centro derecha entre su partido, Alianza Democrática (AD), y el CDS-PP obtendría entre el 27 y el 34%. El Partido Socialista (PS) de Pedro Nuno Santos se acerca con entre el 26 y el 31%. La mayoría de los sondeos pronostican solo dos puntos de diferencia entre ambas formaciones. Empate técnico, casi.
El tercer partido con mayor intención de voto es Chega, la ultraderecha, con el 17%. No deja de crecer: hace tres años sólo reunía el 7% de los votos. Su gran problema es el cordón que las otras formaciones han fijado a su alrededor. Nadie quiere pactar con el grupo de André Ventura, que ya se ha recuperado de la indisposición que sufrió el martes durante un mitin. Se echó la mano al pecho y a la garganta. Tuvo que ser hospitalizado y recibió el alta horas después. En cuarto lugar, las encuestas sitúan a los liberales, con el 6%. Podrían ser la pieza clave para formar un Ejecutivo de coalición.
Con esas proyecciones de voto, Portugal corre el riesgo de permanecer en su laberinto, sin opciones de configurar un gobierno estable. El presidente del país, Marcelo Rebelo de Sousa, no quiere proponer de nuevo un primer ministro que no cuente con un apoyo parlamentario sólido. Eso abriría las puertas, para estupor de los ciudadanos, a unos nuevos comicios que agravarían aún más la enfermedad, la fatiga crónica.
No hace tanto, Portugal era un modelo de estabilidad institucional. La derecha y la izquierda convivían sin estridencias. La economía crecía y todavía lo hace, aunque el precio de la vivienda sigue desbocado. Pese a ese viento de cola, la política lusa se ha enredado y para desatascarse no deja de llamar a los votantes a las urnas. En marzo de 2024 hubo elecciones anticipadas por la dimisión del entonces primer ministro, el socialista António Costa. Había sido acusado por la Fiscalía de irregularidades en varias concesiones empresariales. El proceso se cerró sin ningún tipo de condena, pero puso fin a un gobierno que dirigía el país con mayoría absoluta gracias a otros comicios adelantados, los de 2022 –Costa los convocó después de ser incapaz de sacar adelante los presupuestos–.
En la cita con las urnas de 2024 venció Montenegro, que ha durado poco más de un año como primer ministro. Su Gobierno cayó al no superar la moción de confianza que había presentado en el Parlamento. La oposición no dio por buenas sus explicaciones sobre un negocio familiar. Montenegro creó en 2021, cuando no estaba en política, la empresa Spinumvisa, que presta servicios relacionados con la protección de datos. Al regresar a la arena parlamentaria, traspasó la gerencia de la compañía y las acciones a su esposa. Como están casados en régimen de gananciales, siguió beneficiándose de esta actividad empresarial. Y entre sus clientes hay, por ejemplo, una sociedad con tres casinos cuya concesión depende del Ministerio de Economía. Saltó el escándalo.
Montenegro superó dos mociones de censura porque el Partido Socialista (PS) se abstuvo. Y luego se sometió voluntariamente a una moción de confianza que perdió. Muchos analistas defienden que el primer ministro había asumido de antemano el peso de esa derrota porque era el camino más corto para convocar elecciones anticipadas, barajar de nuevo las cartas y aspirar a un resultado en las urnas que le refuerce. Es una apuesta de riesgo.
Durante la campaña, ha prometido aumentar las pensiones, subidas salariales para funcionarios y, sobre todo, medidas más duras contra la inmigración. Eso es tendencia en Europa. Los partidos conservadores tradicionales tratan así de rascar votos entre los simpatizantes de grupos ultra, en este caso, de Chega. Los ciudadanos portugueses tienen que decidir. Otra vez y por adelantado. Y van tres en tres años.
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