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Algunas fuentes indicaban el día de ayer, 21 de mayo, como posible fecha para que varios estados de la Unión Europea reconocieran a Palestina. Además ... de España, que ha llevado la iniciativa en este campo, se habla de Irlanda, Eslovenia y Malta, aunque es posible que también se animen otros países. Veremos. Con ello se sumarían a la iniciativa que tomó hace unos años Suecia en solitario. Personalmente, estoy a favor de hacerlo, si bien no nos engañemos, pues se trata de algo más simbólico que efectivo. Es verdad que, desde ese instante, España tratará de igual a igual a Palestina y la legación ahora existente en Madrid accederá al estatus de embajada oficial. Pero, en el plano internacional, las cosas van a cambiar poco. Lo hemos visto el pasado 10 de mayo en la Asamblea General de la ONU. La inmensa mayoría estuvo a favor de elevar al Estado Palestino como miembro de pleno derecho, superando así su estatus de estado observador que ostenta en estos momentos. Esta resolución pasará de nuevo al Consejo de Seguridad y allí una vez más Estados Unidos ejercerá su derecho de veto, por lo que lo planteado por la Asamblea quedará en papel mojado. Es decir, que una abstención o negativa del embajador de Washington ante la ONU echará por tierra lo conseguido en la Asamblea. Lo que nos lleva al cuestionamiento de este organismo y a que todo apunta a que, mientras la Casa Blanca no dé el paso definitivo, los palestinos van a estar condenados a seguir en el basurero de la historia, que es lo que pretende Israel.
En este sentido, es curioso escuchar las declaraciones de Antony Blinken o del propio Joe Biden posicionándose a favor de la fórmula de los dos estados, pero siempre y cuando haya un previo acuerdo entre palestinos e israelíes. Es simple postureo que no conduce a nada porque saben perfectamente que, mientras el Likud esté en el poder, los israelíes no van a permitirlo. Lo ha repetido por activa y por pasiva Benjamín Netanyahu. Y lo ha expuesto claramente el ex ministro de Exteriores israelí Shlomo Ben Ami en su último libro, 'Profetas sin honor'. En él viene a señalar que fueron ellos, los laboristas, los últimos en tratar de llegar a una solución en esa dirección en las conversaciones de Camp David, auspiciadas por Bill Clinton, pero que finalmente no fue posible. En gran medida, sostiene, por la labor obstruccionista de Arafat y Abu Mazen. Sea como fuere, lo cierto es que han pasado ya 24 años y no se ha avanzado nada. Al contrario, Netanyahu ha continuado con el programa de colonización de Jerusalén Este y de Cisjordania, en clara muestra de que el objetivo final de Israel es hacerse con el total de la Palestina histórica. De manera que, si esto es lo que desean, ¿por qué van a negociar con los palestinos un estado independiente? Lo ha dejado claro el embajador israelí ante la ONU, sería un regalo «a los Hitler de nuestro tiempo».
Con independencia de esta boutade de marca mayor, que reiteradamente pone de manifiesto el chantaje del holocausto, como magníficamente lo ha explicado el historiador judío norteamericano Norman G. Finkelstein, lo significativo de esto es que la Casa Blanca conoce perfectamente la postura de Tel Aviv, de suerte que seguir insistiendo en que la creación del Estado Palestino debe ser fruto de un pacto entre las partes es simplemente palabrería hueca y un alineamiento incondicional con sus aliados israelíes. Es por ello que el embajador Jorge Dezcallar lleva insistiendo en varias entrevistas en la necesidad de ayudar a las partes en este cometido. Y aquí precisamente la ONU podría desempeñar un rol notable, teniendo en cuenta que fueron las Naciones Unidas las que, en 1947, establecieron el plan de partición de Palestina, dando carta de naturaleza al nacimiento del Estado de Israel al año siguiente. De momento, estamos muy lejos de que esto pueda darse.
En definitiva, el mantra de los dos estados al que apela Washington no es creíble y la istración Biden lo sabe, pero ignora cómo salir del atolladero en que se ha metido. La sociedad estadounidense ha cambiado sensiblemente y el apoyo a Israel ha disminuido mucho. Los datos recogidos por Gilles Kepel en su último libro 'Holocautes' así lo refleja. Las manifestaciones pro-palestinas en las universidades americanas son una prueba evidente y Biden corre el riesgo de perder las elecciones si la juventud le da la espalda. Por un lado, los musulmanes votan mayoritariamente al Partido Demócrata; por otro, los judíos, en especial los de Nueva York, también. Hacer equilibrios entre unos y otros es harto difícil. Mucho me temo que, si los jóvenes que ahora protestan contra la salvajada en Gaza se abstienen de votar a Biden y parte de los judíos optan por Donald Trump, socio incondicional de Netanyahu, aquél ya puede empezar a hacer las maletas. Por consiguiente, y como novedad en años, la política exterior va a jugar un papel relevante en las presidenciales de noviembre. Interesante.
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