El Domingo de Ramos se produjo uno de los peores ataques de Moscú en Ucrania. En concreto, contra la ciudad de Sumy, a 29 kilómetros ... de la frontera con Rusia, en territorio próximo a la provincia de Kursk, donde el pasado verano las tropas ucranianas llevaron a cabo una incursión que dura hasta hoy en día. Siendo una fecha marcada en el calendario de la Cristiandad, dos misiles segaron la vida a 34 civiles y provocaron 119 heridos, retrotrayéndonos a los peores momentos de la invasión de hace tres años. No es de extrañar que, ante semejante carnicería, las críticas hacia el Kremlin hayan arreciado. Máxime, si tenemos en cuenta que se había negociado una tregua que, denunciada por ambas partes reiteradamente, afectaba a las infraestructuras energéticas y al tráfico en el mar Negro, a la espera de que se concrete un alto el fuego definitivo y un plan de paz. Las cancillerías de las distintas naciones europeas y la Alta Representante de la Unión para Asuntos Exteriores, Kaja Kallas, salieron en tromba para condenar esta atrocidad. Incluso el enviado especial de EE UU para Ucrania, Keith Kellogg, afirmó que el bombardeo «rebasaba todos los límites de la decencia».
Este teniente general retirado, que prestó sus servicios en el primer gobierno del magnate, parecía distanciarse del compadreo que hasta la fecha ha mantenido el multimillonario con Putin. Y no sólo eso, pues en campaña electoral Trump aseguró que, de haber sido él presidente en lugar de Biden, la ofensiva de febrero de 2022 no se hubiese producido y que terminaría con la guerra en cuanto llegara a la Casa Blanca. Lo primero es una hipótesis que no se puede probar. En cuanto a lo segundo, transcurridos tres meses de mandato, aún no ha logrado casi nada, aparte de humillar a Zelenski en el Despacho Oval, acercarse a Putin y no conseguir aún de éste un cese definitivo de las armas.
Tel Aviv vulnera todos los tratados internacionales sin que tenga consecuencia alguna
Unas horas antes de la agresión a Sumy, en la madrugada de ese mismo domingo, los israelíes destruían parte del último hospital en pleno funcionamiento en la Ciudad de Gaza, el Al-Ahli, istrado por la diócesis anglicana de Jerusalén, siendo asimismo dañada la iglesia bautista contigua de San Felipe. Con un aviso previo de veinte minutos, personal médico, pacientes y desplazados debieron ser evacuados a la calle en mitad de la noche, con el resultado de un menor de edad muerto por no recibir atención médica urgente. Según el ejército hebreo, el centro hospitalario era utilizado como base de operaciones por Hamás, sin presentar prueba alguna. Las autoridades religiosas de Jerusalén han condenado lo sucedido, así como los ministros de Asuntos Exteriores de Qatar y de Reino Unido. Pero poco más, por lo que se constata el doble rasero empleado con Rusia e Israel, respectivamente.
Mientras los gobernantes europeos hablan de rearmarse, imponer nuevas sanciones a Rusia y congelar sus activos en el extranjero, ¿qué sucede con Israel? ¿Por qué nadie hace prácticamente nada? Tel Aviv está vulnerando todos los tratados internacionales sin que tenga consecuencia alguna, a la vez que emplea el suministro de alimentos, agua y medicinas como arma de guerra. Según Manuel Hasbun, analista chileno de Relaciones Internacionales, «lo que pasa en Gaza es el peor genocidio del siglo XXI». En realidad, Netanyahu está llevando a cabo una limpieza étnica semejante a la diseñada en el Plan D por Ben Gurión y sus compinches en 1948, tal como lo ha demostrado el historiador Ilán Pappé.
En el fondo, a lo que el Gobierno israelí aspira es a Eretz Israel (la Tierra de Israel), es decir, a la totalidad de Palestina. Proyecto en el que no tienen cabida los palestinos. De ahí que dicha limpieza étnica esté plenamente justificada y nunca van a aceptar los dos estados, un mantra que reiteradamente repiten los dirigentes occidentales, pero que saben que, a día de hoy, es imposible, debido a que, mientras Estados Unidos no dé el paso definitivo, su materialización es inviable. Y todavía estamos muy lejos de que eso sea así. El discurso que Netanyahu hace sobre la seguridad israelí ha calado hondo, habiendo identificado a Hamás con la barbarie y, de paso, a todos los gazatíes y, ya puestos, a todos los palestinos, de forma que, mientras Israel encarna a la civilización, «lo palestino» se identifica con lo contrario. Él incluso se ha llegado a proclamar como el defensor de los valores occidentales frente al salvajismo de Hamás en particular y de los palestinos en general.
Este discurso, tan fatuo y mentiroso, está siendo comprado por algunos líderes. Y no sólo por Orbán, que impidió que se detuviera a Bibi en Budapest, cumpliendo con la orden de la Corte Penal Internacional, que lo ha acusado por crímenes de guerra. También el próximo canciller Merz declaró que vería la forma de que Netanyahu pudiera visitar el país sin ser detenido. Lo cual, aparte de suponer un escarnio para la T y de minar la confianza en la misma, supone un doble rasero, porque ¿haría lo mismo si Putin pisara suelo alemán?
Comentar es una ventaja exclusiva para suscriptores
¿Ya eres suscriptor?
Inicia sesiónNecesitas ser suscriptor para poder votar.