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Memoria. El electricista zestoarra Sánchez Sierro y su esposa María Pilar Lintojunto a sus tres hijas. JUAN ÁLBUM FAMILIAR

ETA asesinó hace 40 años a un electricista de Zestoa y le ató una bomba trampa

8 de noviembre de 1984. Hallaron su cuerpo cerca de la cantera de Aizarna, junto a su perra 'Becky' que permaneció horas sentada junto a él lamiéndole las heridas de las balas

A. González Egaña

San Sebastián

Sábado, 9 de noviembre 2024, 01:00

El 8 de noviembre de hace 40 años ETA asesinó a Juan Sánchez Sierro, electricista de Zestoa de 39 años. Le dispararon tres tiros en la cabeza y ataron a su cuerpo una bomba trampa dirigida a las fuerzas de Seguridad que acudieron en su rescate y lograron desactivarla a tiempo.

Juan, natural de Salamanca, estaba casado con María Pilar Linto y era padre de tres niñas. Aquella mañana, a las 7.45, había salido de su domicilio para pasear, como hacía a diario, a su perra 'Becky', una cocker hispanier. En ese momento fue abordado por un terrorista que le obligó a subir, junto a su mascota, a un Renault 5, que había sido robado a punta de pistola y estaba aparcado en las inmediaciones. En el automóvil se encontraba el propietario del vehículo, que regresaba a casa después de trabajar en el turno de noche y que estaba retenido y vigilado por otros dos terroristas. Los etarras les aseguraron a ambos rehenes que eran de ETA y que únicamente iban a llevar a cabo un atraco en Zumaia.

Los del comando, con los dos rehenes y la perra llegaron a una cantera cercana, en el barrio de Aizarna, cerca de Zarautz. Conminaron al dueño del coche robado a alejarse del lugar, caminando en dirección contraria y a Juan le hicieron recorrer unos cuantos metros antes de dispararle a quemarropa tres tiros que le atravesaron la cabeza, causándole la muerte al momento. Su perra 'Becky' no se separó de él en las siete horas que estuvo tendido en el suelo tras recibir los balazos. Según el relato de su viuda, «fue terrible porque habían atado a su cuerpo una bomba trampa y la perra estuvo todo ese tiempo sentada junto a él lamiéndole las heridas. Cuando le llevaban en la ambulancia tiraba de sus cordones de las zapatillas».

Tal y como habían previsto los terroristas, varios agentes de la Guardia Civil se presentaron en lugar para realizar el levantamiento del cadáver. Allí encontraron tres casquillos de bala del calibre 9 milímetros parabellum, marca SF. Los guardias sospecharon al ver que uno de los casquillos estaba unido, mediante unos cables rojos, a un paquete adosado a la víctima. Tras provocar varias explosiones controladas, lograron inutilizar el verdadero artefacto, escondido entre las piedras y compuesto por un kilo de Goma-2 y otro kilo de metralla en forma de tornillos.

Poema en El Diario Vasco

Días después del asesinato, el 16 de noviembre de 1984, se publicó en la sección 'Cartas al director' de este periódico un poema titulado 'A un triste can de Cestona', firmado por Ana María Bernabé. Los versos comenzaban así: «Me ha helado el corazón/tu cara compungida/tu adivinado llanto/tu tremenda impotencia». En otra estrofa decía: «Jamás el amor y la fidelidad/serán más tristes, más expresivos/que el impacto de tu figura/acongojada junto a tu dueño caído».

Esa mañana del atentado, Pilar Linto, su viuda, se comenzó a preocupar al ver que Juan no regresaba a casa. Bajó a la calle y vio a un vecino, también con el perro y le preguntó si le había visto. Supo entonces que había subido a un coche con 'Becky'. Ese comentario le preocupó aún más porque era algo poco usual. Pensó que igual alguien había requerido sus servicios de electricista, pero lo que le extrañaba era que hubiera subido al coche con la perra. Pilar llevó a las niñas al autobús y ya en ese momento percibieron en el rostro de su ama el nerviosismo que le invadía. Su cuñado fue a la empresa para ver si había ido al trabajo y le buscaron por todo el pueblo hasta que a las nueve de la mañana llamaron por teléfono a la casa de su cuñada diciendo que lo habían matado. Los terroristas habían dado instrucciones al dueño del vehículo robado para que no diera el aviso hasta la nueve de la mañana. Así lo contó en el juicio en el que compareció como testigo.

Tras el atentado ETA acusó a Juan Sánchez Sierro de «antivasco» y «antiobrero» cuando realmente era conocido en el pueblo como un trabajador incansable. Su padre, que fue víctima de un atentado y se marchó a Salamanca, daba clases por las noches a muchos jóvenes y muchos le pagaban en especies, muchas veces con leche.

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