Víctimas de ETA
«Vienen a por el aita, se lo van a llevar secuestrado»
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Víctimas de ETA
«Vienen a por el aita, se lo van a llevar secuestrado»Gerardo Arín guarda aún en una caja los recortes de prensa de los días que siguieron al secuestro y asesinato de su aita, el empresario tolosarra Patxi Arín Urcola, la tarde noche del 15 de diciembre de hace 40 años. Junto a los recuerdos periodísticos y algunas fotografías familiares también conserva la carta de extorsión que los terroristas de los Comandos Autónomos Anticapitalistas, escisión de ETA, enviaron a su padre tres años antes del crimen.
Patxi Arín vivió un calvario desde que recibió aquella misiva a finales de diciembre de 1980. El industrial había gestionado durante años la empresa Montajes Electrodomésticos Arín S. A. pero había cerrado por problemas económicos. «En Tolosa muchos decían que se había quedado con el dinero de la empresa, cuando realmente lo había hecho era invertir todo lo que tenía», defendió siempre la familia convencidos de que «tampoco habría pagado ni un duro, aunque lo hubiera tenido. Sabía que el dinero iba a servir para financiar los asesinatos de otras personas y no quería tener ese peso sobre su conciencia».
El empresario contó a su familia que había decidido ir a Francia. Allí habló con el dirigente etarra 'Txomin' Iturbe Abasolo, al que trató de explicar que no tenía dinero y que no sabía quién había pasado la información, «pero que no era cierto». La respuesta de ETA fue que si en quince días no recibía noticias, que se olvidara del tema. Algo más de un año después, la noche del 19 de enero de 1981, mientras estaban en casa el matrimonio y dos hermanos, unos terroristas tirotearon la puerta de la vivienda. Patxi Arín volvió a Francia e insistió a ETA en que estaban «equivocados» que «revisaran todo lo que quisieran y que verían que no era cierto».
No sirvió de nada. La amenaza se cumplió el 15 de diciembre de 1983. Ese día Gerardo, el pequeño de los Arín, tenía 18 años, estudiaba COU y como muchas tardes en vísperas de exámenes había pasado horas delante de los libros en la biblioteca. Llegó a casa sobre las siete de la tarde. En el salón de su vivienda estaban su ama, Pilar Eceiza, y Juanjo, uno de sus hermanos que acababa de venir de Bilbao para las vacaciones de Navidad. No estaban solos, junto a ellos había dos jóvenes a los que no conocía. No le extrañó verlos allí porque, al ser cuatro hermanos, por su casa pasaban muchos amigos. Dejó su cazadora y sus libros en su habitación y al llegar a la sala su madre le dijo: «Vienen a por el aita, se lo van a llevar secuestrado». Patxi Arín estaba en clase de inglés y no llegaba hasta las ocho. Uno de los secuestradores enseñó una pistola a Gerardo y su familia. Les preguntaron por qué hacían eso y les dijeron que era «un tema económico» y que no se preocupara, «que se solucionaría».
Hasta que llegó Patxi Arín, se sucedieron varias llamadas de teléfono. Una de ellas, la de un cliente de Valencia, que había quedado al día siguiente con el empresario en Madrid y que al escuchar a Pilar con especial nerviosismo sospechó algo. Al poco llegó Patxi y todo fue muy rápido. María Pilar le dio un neceser con medicación y una pelliza para que se abrigara. Uno de los secuestradores hizo un comentario en el que nadie reparó en aquel momento: «No se preocupe señora, que su marido no va a pasar frío». Los terroristas lo bajaron al garaje, lo metieron en el maletero y arrancaron.
A los cinco minutos llegó una patrulla de la Guardia Civil alertados por el cliente de Valencia. Un hermano de Arín que vivía cerca se presentó también alertado por el despliegue policial. Recibieron una llamada de un vecino de Irura en la que informaban que a Arín le habían dado un tiro en la pierna. Tío y sobrino no se fiaban mucho y decidieron pasar primero por el cuartel de la Guardia Civil. Allí certificaron la fatal noticia. Cogieron el coche, llegaron hasta el lugar y a Gerardo Arín le tocó identificarle. Abrieron el portón del maletero del coche y allí estaba, tumbado, con la pelliza que le había dado su mujer y con un tiro en la nuca.
Las investigaciones policiales llevaron a la detención del terrorista Pedro José Guridi Iriarte como sospechoso de haber intervenido en el asesinato. Gerardo Arín llegó a señalarlo en tres ruedas de reconocimiento, pero nunca fue condenado. El caso está sin resolver.
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