
La industria del pánico
Búnkeres, cursos y kits de supervivencia ·
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Búnkeres, cursos y kits de supervivencia ·
El mercado de preparación para catástrofes genera un volumen de negocio millonario que va a másIzaskun Errazti
Sábado, 17 de mayo 2025, 13:26
La ficción lleva años alimentando nuestros miedos con historias que parecían imposibles y han acabado haciéndose realidad. Ocurrió con 'Contagio', la película protagonizada por un ... virus que resultó ser 'pariente' del Covid-19. También con 'Civil War', una historia sobre la guerra civil en la que se ve envuelto Estados Unidos tras la llegada al poder de un presidente autoritario que recuerda mucho a Trump. Y ahora son millones los espectadores que se preguntan cómo 'Apagón', una miniserie de televisión rodada hace cuatro años, puede reflejar de una manera tan fiel lo acontecido el pasado 28 de abril, cuando un fallo histórico en el suministro eléctrico, sin precedentes en España, dejó a oscuras a más de 55 millones de personas durante más de doce horas.
Casualidades para los más optimistas; avisos y motivos serios de preocupación para quienes no lo son tanto. Ya son legión los que en vista de la creciente incertidumbre geopolítica, los conflictos bélicos, los desastres naturales y otros sustos puntuales que sacuden al planeta se preparan para lo que nos pueda llegar; para esas tragedias variadas, de momento sólo imaginarias. que siguen llenando a diario la oferta de todas las plataformas de televisión. Y al calor de ese pánico que empezó a sentirse con la pandemia y que desde entonces no ha hecho más que crecer ha surgido una floreciente industria, basada en la construcción de búnkeres, cursos y kits de supervivencia, con un volumen de negocio que se ha disparado en los dos últimos años. A nivel global, el mercado del 'prepping', de preparación para catástrofes, mueve unos 10.000 millones de dólares al año, con más de 4 millones de 'preppers' confirmados sólo en Estados Unidos y un 55% de adultos invirtiendo en suministros de emergencia.
De que la gente se está organizando cada vez más «por lo que pueda pasar» da fe Jorge Miñano, un preparacionista confeso que hace el agosto en pleno mes de mayo en FerreHogar, la tienda especializada en artículos de montaña y supervivencia que regenta en Murcia. Y eso, afirma, pese a haber «bajado los precios», dadas las circunstancias, y ser «más barato que Amazon». A él el gran apagón no le pilló desprevenido. «Me lo tomé súper tranquilo, porque sabía que tenía placas, cocina, radio, agua, comida...». ¿Y la gente? Cuando la Unión Europea instó a la población a hacerse con una mochila de supervivencia de 72 horas Miñano ya notó el tirón. «'Te vas hinchar a vender', me decía todo el mundo». Pero «nunca había visto nada parecido» a lo que trajo consigo el apagón. «Cuando a las diez y media de la noche volvió la luz al lugar donde vivo y recuperé la cobertura no me podía creer la cantidad de pedidos que me habían entrado en el móvil. Uno por minuto. Menos mal que nos pilló con el almacén lleno», cuenta.
Un centenar de radios vendidas en un solo día, pastillas potabilizadoras de agua, cocinas portátiles, cartuchos de gas... y comida liofilizada, «la que tenga la fecha de caducidad más larga», le pedía la clientela. Sin entrar en detalles, el comerciante murciano, que hace 14 años vio en YouTube una buena herramienta para promocionar su negocio también fuera de la Península, ite que en las últimas semanas sus ventas «se han triplicado». «Pero esto también son picos. De aquí a un par de meses la situación se estabilizará», augura.
Ubicada en la Sierra de las Nieves, en el municipio malagueño de Ojén, funciona desde hace dos décadas la Escuela de Supervivencia Anaconda, que cuenta con una finca de 13.000 metros cuadrados que permite recrear las condiciones que se pueden encontrar en situaciones reales de subsistencia. José Miguel Ogalla es el director de este centro de instructores militares que ofrece cursos de cuatro días y tres noches por 326 euros (IVA incluido). Eso a particulares, porque las actividades dirigidas a las Fuerzas Armadas, su principal cliente, «son gratuitas».
Médicos, abogados, psicólogos, ingenieros, mecánicos, gente normal... De España, Inglaterra, Bélgica, Francia, Holanda, Bolonia y hasta Estados Unidos... Son los s que llenan desde siempre los cursos de Anaconda, que «por su dureza» sólo están abiertos a mayores de 16 años (con conocimiento paterno). ¿Y qué hacen los alumnos? «Entrenar, entrenar y entrenar», resume Ogalla, que no reniega de la mochila de 72 horas para subsistir en caso de crisis como ciberataques, pandemias o conflictos bélicos. «Hay que tenerla», aconseja. Pero avisa: «Eso no te va a durar tres días». «La supervivencia es un medio que no falla, arcaico, primitivo», destaca. «No necesita pilas, ningún material. Sólo lo que tenemos en la naturaleza para, con técnicas muy básicas, a base de entrenamiento, lograr hacer fuego, tener refugio, comida, conocimiento...».
Para ser, como él dice, «un superhéroe» es preciso «conocer el medio, generar las habilidades que necesitamos a través de la experiencia y tener un estado emocional claro». Porque, defiende, «nuestra cerebro es nuestra mayor arma. El 70% de la supervivencia es psicología». «El cerebro tiene memoria muscular, y todo lo graba, pero necesita vivir la experiencia para grabarla. El alumno, por así decirlo, tiene que experimentar una mini catástrofe», explica.
En la escuela malagueña nunca falta trabajo. «A mucha gente le gusta la experiencia de toda la vida y la hace. Pero desde hace un tiempo, antes de la guerra de Ucrania, las personas que están viniendo lo hacen movidos por la inquietud de que algo se está cociendo en el mundo», señala Ogalla. El interés es tal que en apenas una década el número de centros de supervivencia que ofrecen sus servicios en España ha pasado «de tres o cuatro a más de 300». «Hay mucho intrusismo», alerta el instructor de Anaconda, que aconseja a la gente «que se informe y no tire su dinero».
La construcción de búnkeres privados, otra de las patas de la nueva industria del pánico, también mueve cientos de millones en todo el mundo, con un mercado en expansión que abarca desde las opciones más básicas hasta refugios de súper lujo, como el que Mark Zuckerberg, fundador de Meta, se construye desde hace cuatro años en Kauai, una isla del archipiélago de Hawái, con un presupuesto de 170 millones de dólares.
La puerta a esta industria la abrió hace medio siglo en España el ingeniero Antonio Alcahud, que presume de haber construido más de 400 instalaciones de este tipo con su empresa ABQ Refugios Atómicos. El fue también quien por encargo del empresario Justino Pérez acondicionó, en el marco de la Guerra Fría, en los bajos del Hotel Ébora de Talavera de la Reina (Toledo) el búnker privado más grande del país, con capacidad para 400 personas.
En Girona funciona desde hace un año Búnker Zona, la firma que dirige Esteban López, que se ha hecho con una buena cartera de clientes, de nivel medio-alto, y ya cuenta con una lista de espera de doce meses. Su catálogo ofrece refugios modulares fabricados en hierro por piezas, con un plazo de entrega de tres meses, y búnkeres de 40 metros cuadrados para seis personas que su propio equipo de construcción habilita en nuevas promociones de vivienda y que pueden suponer un año de obra. «Proyectos desde 120.000 euros a todo lo que te puedas imaginar», apunta López.
Una cocina equipada, un depósito de 1.000 litros de agua potable, sistemas de aire continuo y limpieza, literas y un sofá constituyen el equipamiento de un búnker básico, dividido en cuatro huecos y con una sala de control, en el que se puede permanecer «de seis a dieciocho meses en función de la comida».
Guillermo Ortega, director de Búnker World, una empresa zaragozana que distribuye a toda Europa, cifra en «un 200% el incremento de los pedidos de refugios subterráneos. «Hace cinco o seis años podíamos construir uno cada dos años, pero con el apagón la demanda se ha disparado. Las consultas siguen entrando y el correo no para. Y la previsión es que todo el mundo se vaya preparando de una manera u otra», señala. Aunque sea recurriendo a la opción más barata, en torno a 20.000 euros: haciendo del trastero una habitación del pánico «encofrada de hormigón, con un sistema de ventilación adecuado y una puerta estanca de hierro». Eso sí, la seguridad en estos casos no se garantiza más de 72 horas.
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