Binoche y sus chicas sumisas

A saber por qué, el realizador Martin Provost atesora cierto prestigio, como si superara a la media más convencional de los cineastas ses. Sin embargo, repasando su filmografía como director, acaso con la excepción de la singular 'Séraphine', en su obra solo hay correctas historias de mujeres, siempre algo distantes y apenas sostenidas por el trabajo de grandes actrices: Carmen Maura ('El vientre de Juliette'), Yolande Moreau, esa mujer con físico grande y tosco, también presente en la actual, o Catherine Deneuve y Catherine Frot ('Dos mujeres').

En 'Manual de la buena esposa' son una incansable Juliette Binoche y Yolande Moreau las que dan cierto cuerpo a una película sin ninguna profundidad, que se mueve entre lo soso y lo ligero. La idea, la única idea del guion, es presentar una de las muchas escuelas para amas de casa que existieron en Francia en los viejos tiempos, cuando el único destino de una mujer era casarse, esforzarse por hacer feliz a su marido y sacrificarse para la buena marcha de su hogar.

La segunda parte de la idea es situar la acción en 1967 y 1968, para que, primero las alumnas y después la directora de la escuela, la Binoche, y sus dos profesoras sean conscientes de lo trasnochado de su planteamiento y evolucionen, rápidamente en el caso de las adultas, hacia la liberación feminista, justo a tiempo para hacerse revolucionarias en el mayo del 68 parisino.

Un esquema tan simple hubiera necesitado cierto humor, un espíritu paródico, pero Provost apenas permite que asome bajo acartonadas formas de vodevil, y deja la película en una sucesión de escenas anecdóticas con la excusa de un (¿cínico?) homenaje al ingenuo feminismo de hace más de cincuenta años. En fin, una película que se olvida en los títulos de crédito finales y solo se soporta gracias a la energía de Juliette Binoche y a su color retro.