«Tras el concierto en el Vaticano no podíamos dejar de llorar»

'La condenación de Fausto' en el Festival de Salzburgo de 1999 o el recital en el Musikverein de Viena en 2007 son algunos de sus recuerdos más vívidos, pero «los dos momentos más emocionales de mi vida fueron aquellos dos conciertos con Claudio Abbado a la batuta». El primero, a finales de enero de 2001, en Berlín, con el maestro enfermo de cáncer dirigiendo 'La Misa de Réquiem' de Verdi, cuya grabación estuvo nominada a los Grammy. «Al terminar la última nota, Abbado parecía que nunca iba a bajar los brazos. Todos pensamos que aquel era 'su' réquiem».

Pero dos años más tarde, el director italiano volvió a llamar al Orfeón para interpretar la 'Sinfonía nº 2' de Mahler, en el Festival de Lucerna. «'La Resurrección' de Mahler. Y yo, que soy religioso, siempre vi en ella también la del propio Abbado».

En ese sentido, la celebración del reciente 125 aniversario del coro tuvo un regalo especial para Echarri. Fueron tres recitales: en la Embajada de España en el Vaticano; en la Iglesia de San Ignacio de Loyola; y, finalmente, la culminación en la misa del domingo en la Basílica de San Pedro. «Cantamos el 'Aita gurea' y 'Agur Jesusen Ama', que incluso se repitió. Los orfeonistas y yo no podíamos dejar de llorar. Y me dieron el mayor premio que me podían dar que es que pude leer la epístola en el Vaticano. Jobar... ¡Levitaba!»