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Refiriéndose a María Castaña, que los archivos dicen nació en Cereixa, provincia de Lugo, allá por el siglo XIV, el propio Cervantes la cita en ... sus escritos cuando escribe sobre épocas pasadas, como ocurridas «en tiempos de Maricastaña».
Sin citarla, José María Salaverría también escribió sobre los tiempos llamados de Maricastaña cuando, refiriéndose a los Carnavales de San Sebastián, dijo que los donostiarras «siempre han tenido una curiosa vocación para el histrionismo espectacular y las grandes mascaradas absorbieron su talento y su fantasía durante el siglo XIX… de forma que pocas poblaciones, en proporción a los medios, la han superado en el culto juvenil y entusiasta del Carnaval».
Ratificaba esta idea el hecho, tantas veces repetido, de que el año 1814, viviendo el vecindario todavía entre los escombros de una ciudad que acababa de ser destruida por el fuego, y pudiéndose suponer, en principio, que la cosa no estaba para bromas, no fueron pocos los que llegados los días de Carnaval decidieran celebrarlos «bailes y tamboril».
El alcalde Joaquín Michelena, ante la demanda popular de que se celebraran las fiestas, autorizó que se corrieran los bueyes ensogados y que la música callejera alegrara las calles, pero el regidor (concejal) de turno, el que además de pensar en jolgorios pensaba en los dineros, montó en cólera y acudió al segundo alcalde, Pedro Gregorio Iturbe, haciéndole ver los aspectos imprudentes de la decisión de Michelena: «Acabamos de pedir ayudas al Gobierno para reconstruir la ciudad y levantar la moral de un pueblo que vive en la tristeza y la pesadumbre… quién nos va cree que necesitamos socorro si ven que estamos de fiesta».
Gregorio entendió el problema y apoyó a su regidor ordenando se prohibiera el Carnaval… Poco faltó para que los amantes de la jarana corrieran a contárselo a Michelena, quien no solo se ratificó a favor de los kaskariñas sino que ordenó se tocara también el 'Iriyarena': «de tanta desgracia, hay que dar una alegría al pueblo».
Sirva esta anécdota para confirmar lo arraigadas que en el lejano 1814 estaban las fiestas de carnaval en San Sebastián que, a partir de 1816, las comenzó a celebrar «como antes del 31 de agosto de 1813», sacando a la calle comparsas como las de Los Estudiantes, Majos y Toreros, y Ciegos Valencianos, y en 1817 la de Pastores o Arzaigokia, con cuartetas escritas y compuestas por José Vicente de Echegaray.
Siguieron los años siguientes las comparsas de Ciegos Valencianos, la de Los Sastres, Gitanos andaluces, la de Los Zapateros, etc. En estos años de la Maricastaña, todavía sin comenzar la reconstrucción de la ciudad, nuestra actual Parte Vieja contaba con 22 «barracas o casuchas» levantadas a trancas y barrancas para dar cobijo a quienes habían quedado sin nada: 11 en la plaza Vieja (Alameda), una en la Trinidad (31 de agosto), 2 frente al Muelle, 1 junto al Prado y 7 en la plaza Nueva (hoy Constitución). En 1817, cuando se hizo la medición de lo que sería el nuevo San Sebastián, las casas existentes eran 102: 35 salvadas del incendio y 67 que se habían conseguido restaurar.
Cuatro celadores, cuatro, nombrados porque se habían destacado en los trabajos de apagar el incendio de 1813, velaban por la seguridad diurna de la población y cinco serenos, cinco, carraca al cinto, hacían la ronda nocturna mientras los comparseros cantaban «San Sebastián desgraciado, venimos a ver tu suelo, con la música y el canto, a procurar tu consuelo».
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