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Donald Trump podría haber ahorrado al mundo el estrés al que lo sometió con su ofensiva arancelaria. Bajo el rocambolesco título de 'Día de la ... Liberación', el presidente de Estados Unidos decretó el 2 de abril una subida de aranceles a discreción, dando lugar a una guerra comercial sin precedentes en un mercado libre. Una batalla con agitadas consecuencias bursátiles, represalias por parte de los países castigados y profundas incertidumbres en la economía, especialmente en la suya, asomada a la depresión. Una crisis que, apenas mes y medio después, no ha servido para casi nada. Salvo para agudizar la tensión y producir destrozos innecesarios. Porque Trump ha reculado. Con México, Reino Unido y ahora China, con quien acaba de aflojar el pulso gracias a un acuerdo que pone fin al intercambio de golpes. Al menos, durante noventa días, lo que desató ayer la euforia en las Bolsas. El magnate se la envaina, pero persiste en el ataque a la UE, diana de su resentimiento. Trump amenaza con disparar el precio de medicamentos en Europa para abaratarlos en EE UU. Negociar no es plantear un chantaje para que sus rivales se dobleguen. Por eso la Unión acierta al mantener el pie en pared.
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