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Te levantas a las siete de la mañana, y de camino al trabajo, llamas a la pescadería para encargar, por ejemplo, unas chirlas. Te desplazas ... a tu lugar de trabajo en transporte público: caras de sueño; antes paras en el dentista, tenías cita. Durante la jornada laboral, toca bregar con los problemas de siempre, los que sean, mientras miras con el rabillo del ojo al móvil porque estás pendiente de algún familiar enfermo. Regresas a casa, imaginemos, en un Cercanías, e imaginemos que el tren se queda sin tensión en Basauri. ¿Qué pasa con la madre, o con el hijo, con la comida, con el cansancio, con lo que aún queda por hacer? Logras llegar a la pescadería, cuando ya tenían la persiana bajada, pero te atienden; te entregan la bolsa con las chirlas y agarras con fuerza sus asas, y respiras. Las victorias se cifran en trofeos inesperados. Poder cocinar en casa, como habíamos previsto, se convierte de pronto en algo insobornable.
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