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La primera vez que vi a gente aplaudiendo al sol me sorprendí muchísimo. Recuerdo que pensé que la vida es un lugar extraño. Para qué ... aplaudir al sol, si no nos oye. No se puede negar la majestuosidad de su maniobra, la belleza de su ocaso, la manera en la que enciende el horizonte marino, pero no necesita nuestro beneplácito.
El lunes, durante el apagón, hice una larga cola –rodeada de una multitud que se comportó con mucho civismo– para conseguir un taxi. Agobiada, me descubrí pensando en el fin del mundo y preguntándome al mismo tiempo si, en el caso de que la luz volviera, aún podría ir a comer al restaurante en el que tenía una reserva. Somos capaces de deslizarnos entre la gravedad y la ligereza. Unos minutos más tarde estábamos aplaudiendo a un semáforo, ¡a un semáforo! Así que lo de aplaudir al sol ya me parece de lo más normal. El restaurante, por cierto, mantuvo la reserva y tras el apocalipsis, comimos confortablemente.
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