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Viajes | Islas Azores
Sao Miguel, el 'Hawái' de EuropaEn mitad del Atlántico, a 1.500 kilómetros de la Península Ibérica y 1.800 del continente americano, se encuentran las nueve islas portuguesas que ... conforman el archipiélago de las Azores. En un vuelo directo de tres horas llegaremos al aeropuerto Juan Pablo II, en Ponta Delgada, capital de la isla de Sao Miguel, la denominada 'Ilha Verde'.
La mejor opción para movernos es coger el coche. Encontraremos carreteras que, salpicadas del azul de larguísimas hileras de hortensias, nos llevarán en tan solo hora y media de este a oeste de la isla. Ponta Delgada, situada en una bahía, es un buen punto de partida desde el que moverse a otras zonas. Fue un puerto pesquero antes de convertirse, en 1522, en la capital, después de que Vila Franca do Campo sufriera un devastador terremoto.
En un breve paseo por las calles del casco antiguo, adoquinadas de piedra volcánica, no tardaremos en encontrar los tres arcos de las Portas da Cidade, histórico punto de entrada a la ciudad construido en 1783. A unos pocos pasos, entre mosaicos de estrellas portuguesas, se encuentra la Iglesia Matriz de São Sebastião, que fue erigida sobre una capilla dedicada al primer patrón de la isla: San Sebastián. Aprovecharemos también para visitar las plantaciones de piña, y degustar esta variedad más dulce que la recogida en otras partes del mundo.
Cráteres, lagos volcánicos y el océano conforman la postal de la Isla Verde. El Miradouro Grota do Inferno, en la zona de Sete Cidades, ofrece una de las mejores panorámicas, a la que llegaremos a través de un sendero de tierra de un kilómetro aproximadamente. Es recomendable consultar las webcams de la zona con la app Spot Azores, para evitar llegar allí y que se nos echen las nieblas. Desde este punto divisaremos Lagoa Verde, Lagoa Azul y el pueblo de Sete Cidades. Este es, además, el punto de partida para una ruta de senderismo que rodea el cráter por la parte alta y, tras unos 11 kilómetros, acaba en Sete Cidades.
Datos prácticos
Cómo ir. Desde Madrid y Barcelona, en vuelo directo o con escala en Lisboa. Desde Bilbao, en vuelo directo hasta el 30 de septiembre.
Dónde dormir. La capital, Ponta Delgada, es una excelente base para recorrer la isla.
Dónde comer. El pulpo al horno es la estrella del modesto restaurante O Américo de Barbosa, en Mosteiros. Tres patas con patatas por 15,80€. Para probar carnes a la brasa y caza, el restaurante Casa do Abel, en Lagoa.
Bajamos al interior del cráter. La carretera que se abre paso entre enormes hortensias hasta Sete Cidades es una de las más bonitas de la isla. La localidad conserva la arquitectura tradicional micaelense, con viviendas de una planta y de piedra vista. Allí podremos disfrutar de un tranquilo paseo bordeando los lagos que hemos visto desde el mirador a pie o en bicicleta.
En el valle de Furnas, al este de Sao Miguel, se encuentra el Parque botánico Terra Nostra. El lugar perfecto para descubrir la flora típica de las Azores y, tras un paseo entre el vergel, darnos un baño en la piscina de aguas termales de color anaranjado que se encuentra entre 35 y 40º C.
No pasará desapercibido el fuerte olor a azufre que desprenden las fumarolas en Lagoa das Furnas. Ahí, entre las aguas que hierven por la acción volcánica, se cocina durante seis horas el famoso 'Cozido das Furnas', que se puede degustar en los restaurantes de la zona.
Al norte de la isla, cerca de Sete Cidades y entre acantilados de roca negra, llegamos al pueblecito pesquero de Mosteiros. Lo más famoso son sus piscinas naturales, unas pozas donde bañarse mecido por el océano.
Las plantaciones de té o el mirador de Santa Iria son puntos clave de camino al parque natural de Caldeira Velha, en Ribeira Grande. En las pozas, rodeadas de exótica vegetación, brotan aguas termales en las que darse un baño relajante. No se pierda la cascada de agua caliente.
Desde allí sale, durante el verano, un autobús que conecta con Lagoa ida y vuelta. Un viaje con seis paradas donde encontraremos el Lagoa do Fogo, uno de los más difíciles de ver debido a la altura a la que se encuentra, que hace que se cubra de niebla.
Una semana es tiempo suficiente para visitar este punto recóndito del Atlántico en el que se mezcla el olor a flores con el de la sal del océano.
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