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Mario Fernández Pelaz, abogado, político, empresario, profesor y directivo -imposible matizar en qué proporción ha sido cada una de estas cosas-, falleció ayer a los ... 81 años tras una prolongada enfermedad que, ironías del destino, fue minando poco a poco aquello que le hizo destacar entre la multitud y en cualquier disciplina: una cabeza privilegiada, rápida y certera.
Bilbaíno, licenciado en Derecho por la Universidad de Deusto, pronto destacó por una mente capaz de interpretar la disciplina mercantil con una creatividad desbordante. Esas condiciones le llevarían a una exitosa carrera como abogado y a ser reconocido como uno de los principales expertos de Derecho Mercantil de su época. Hasta que Carlos Garaikoetxea le animó a entrar en la esfera política como responsable del Departamento de Trabajo del Gobierno vasco. Una institución que en 1980 tenía buenas dosis de proyecto romántico para el nacionalismo vasco, que recurrió a personas de comprobada valía profesional en la empresa privada para construir algo que no existía, una istración pública desde la nada.
Quizás uno de los días más felices de su vida, al menos en la vertiente política y episodios familiares al margen, fue el jueves 22 de octubre de 1981, en la sede del entonces incipiente Gobierno Vasco. Cuando, como cada mediodía, Mario entró en el comedor habilitado en la planta baja del edificio, varios cientos de funcionarios que estaban en aquellos momentos en el 'buffet', la práctica totalidad de la plantilla de la naciente istración vasca, se pusieron de pie y le dedicaron un cerrado aplauso que duró algo más de diez minutos.
La noche anterior toda España había podido seguir un debate en Televisión Española -aún no había cadenas privadas-, en el que el entonces consejero de Trabajo -más tarde sería nombrado vicelehendakari- arrolló literalmente con su dialéctica precisa e incisiva a Rodolfo Martín Villa, ministro de istración Territorial en el gabinete de Leopoldo Calvo Sotelo. La materia sometida a discusión en aquel debate que se convirtió en histórico fue la Loapa, un proyecto de ley ideado por el Gobierno central para dar marcha atrás en la transferencia de competencias a las comunidades autónomas. Tras el golpe del 23-F encabezado por Tejero, el Gobierno central creyó que era oportuno plegar velas en la España de las autonomías.
Muy celoso de sus relaciones personales -fueron muy pocas las personas que traspasaron el muro de su intimidad emocional-, poco dado a socializar en exceso, serio, riguroso y con un verbo ácido hasta la corrosión, Mario Fernández siempre supo reconocer la valía -también la mediocridad- de sus contrincantes, ya fuesen políticos o empresarios. De aquel debate de 1981 nació una estrecha amistad con Martín Villa que se extendió en el tiempo y que llevó al entonces ministro a enviar cada Navidad un cartón de huevos al domicilio de su 'pareja televisiva', con una nota manuscrita muy sucinta y repetida año tras año: «Te lo mando porque de estos nunca se tiene suficiente», decía aquel texto.
Su trayectoria también tuvo tropiezos en la vertiente política, como cuando tras la dimisión del Gobierno de Garaikoetxea en 1984 se refugió en su despacho de abogados y probó fortuna como candidato de EA, el partido que nació como escisión del PNV, a la Alcaldía de Bilbao. Aquello no salió bien. La falta de respaldo político también fue clave para que perdiese las elecciones a la presidencia de la Cámara de Comercio de Bilbao en 1987. El PNV se empleó a fondo para que no alcanzase aquella meta.
Sus trabajos previos para BBV como abogado externo -fue el padre de la fusión jurídica entre los bancos Bilbao y Vizcaya- le llevaron en 1997 a aceptar la dirección de los servicios jurídicos de la entidad -fue su amigo y consejero delegado de la entidad, Pedro Luis Uriarte, quien le convenció para que aceptase-, lo que le permitió ser considerado como el letrado con mayor conocimiento del derecho bancario español.
Las claves
La alegría Tras su histórico debate televisivo con Martín Villa en 1981 los funcionarios de Lakua le dedicaron un aplauso de diez minutos
La tristeza La denuncia contra él por haber buscado un trabajo y un salario a Mikel Cabieces le hundió en una profunda depresión
Desde ese puesto fue el encargado de conducir las operaciones de compra de bancos en Colombia y México y también en lidiar con la fusión con Argentaria. Una fusión que permitió el nacimiento de BBVA pero que provocaría también la expulsión del banco de buena parte del consejo de istración y del equipo directivo del antiguo BBV. También la suya.
Tras su salida del banco había vuelto a la abogacía, entonces como socio de la firma Uría&Menéndez, pero el PNV -cual hijo pródigo- le encargó en 2009 que presidiera la caja de ahorros vizcaína BBK y que intentase abordar el proyecto que siempre había fracasado: la fusión con Kutxa y Vital. Lo consiguió y Kutxabank, el producto de esa fusión, nació en enero de 2012 lo que le situó a los mandos del sexto banco de España, tras haber absorbido CajaSur. En 2014 presentó su dimisión al no verse respaldado en su idea estratégica de dar entrada a otros accionistas en el banco -incluso explorar una salida a Bolsa-, como vía para garantizar que no existieran choques con los supervisores bancarios en el futuro. Prefirió dimitir a comer la sopa boba de un salario elevado en la presidencia de un banco cuya estrategia de fondo ya no compartía.
Poco después de su salida sufrió el golpe profesional y personal más duro de su vida, que le llevó a una profunda depresión, a medio camino entre el enfado, la incomprensión y la tristeza, al verse huérfano de apoyos de aquellos a los que él más había ayudado. El nuevo presidente de Kutxabank, Gregorio Villalabeitia, decidió llevar a la Fiscalía una denuncia que terminaría con un polémico proceso judicial y una sentencia ratificada por el Supremo que suponía la inhabilitación temporal para ejercer cargos de .
El delito había sido atender una petición que le habían hecho para buscar un empleo y un sueldo al ex delegado del Gobierno en el País Vasco Mikel Cabieces como asesor jurídico externo del banco. Él lo consideró «de justicia» para alguien que había estado en la primera línea de la lucha contra el terrorismo, una simple acción de «una ley no escrita» que pese a ser virtual era conocida y ampliamente practicada en el País Vasco. Algunos vieron en aquel acto el punto débil y la excusa perfecta para tumbar definitivamente a un discrepante en la estrategia de Kutxabank y también en otras muchas cosas que sucedían en el País Vasco en aquellos momentos.
La sentencia condenatoria del Supremo, el gran golpe, cercenó la recta final de su trayectoria profesional porque tuvo que abandonar el consejo de istración de Repsol -para disgusto de su presidente, Antonio Brufau- y le obligó también a declinar otras propuestas que tenía sobre la mesa, como la que le había hecho Ana Botín: ser consejero del Banco Santander. Pero, lo peor de todo, manchó un currículum dorado.
Mario Fernández escribió unas memorias -no publicadas e inacabadas a falta del último capítulo, que ya no quiso escribir tras la sentencia del Supremo-, en las que hizo un repaso detallado por su trayectoria profesional y en las que aprovechó para desahogarse, pasar algunas facturas personales y levantar acta de algunas anécdotas que había vivido. Afortunadamente para algunos, esas memorias no verán la luz porque los dardos eran como su mente, certeros y a la línea de flotación.
Ahí, por ejemplo, en algunas licencias desenfadadas, se jactaba de aquel día en que llevó el desayuno a la cama a Elizabeth Taylor. Ella en la cresta de la ola como actriz y él como simple y llano camarero de habitaciones -a la vez de 'practicante' de inglés- en un lujoso hotel de Londres. O aquella vez que en una reunión con Martín Villa, en el despacho ministerial de este último, comenzó a sangrar y a manchar los pantalones porque apenas unos días antes le habían operado de apendicitis y se le había abierto la herida. Literalmente, lo reconocía sin tapujos, se «bajó los pantalones» delante del ministro, continuó la reunión tapado con una toalla en la mitad inferior de su cuerpo, mientras un bedel del Ministerio iba con los pantalones manchados a unos grandes almacenes a comprar «unos de tamaño parecido».
Mario Fernández, sin duda, fue uno de esos personajes que dejan huella y se han ganado con creces el derecho a figurar en los libros de historia por méritos propios.
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