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DE TAPARRABOS, SEPULTURAS Y APAREAMIENTOS

Esta es la historia de cinco expresiones políticas que han dejado una huella perdurable y conservan toda su vigencia

Martes, 29 de enero 2019, 19:57

«Ni tutelas ni tutías». La ocurrencia de Manuel Fraga sobre el liderazgo del PP, rescatada por su sucesor Aznar para entronizar a Pablo Casado, permite reabrir el álbum de las sentencias políticas que, por el motivo que sea, han perdurado en la memoria colectiva. Esta es la historia de cinco de ellas que conservan su vigencia.

¡La cara, Manolo, la cara!

Cambados, Galicia, años 60, pleno agosto. Un sol de justicia. Fraga, entonces poderoso ministro de Información y Turismo, y su subsecretario, Pío Cabanillas, deciden combatir el tiempo y el calor tras una inauguración dándose un baño en una cala oculta a las miradas indiscretas, porque ninguno de los dos hombres del régimen lleva el bañador puesto. Oculta, supuestamente. Porque alguien los descubre. En un gesto instintivo, Fraga se coloca las manos a modo de taparrabos. Pero el que de verdad intuye dónde reside el riesgo del desliz es Cabanillas. «¡La cara, Manolo, la cara!», le grita a su jefe para que camufle su identidad. Ese 'Manolo, tápate la cara' no solo ilustra una anécdota impagable. Constituye un clásico de la estrategia política: si te pillan perpetrando algo inadecuado, contraproducente o bochornoso, al menos que no se te reconozca. Aplicado a estos tiempos de smartphones y redes sociales, que no puedan llevarte a la ruina porque tienen la foto del renuncio. O una escucha de Villarejo.

El que se mueve no sale en la foto

A veces, la frase es tan golosa, describe tan bien la crudeza de la vida política y representa tan agudamente al personaje que da igual que éste niegue haberla pronunciarlo: pasará a la posteridad. Alfonso Guerra aseguró en unas memorias que él nunca dijo esas palabras, que atribuyó al dirigente sindical mexicano Fidel Velázquez. Guerra no solo rechazó la autoría de un aforismo que apuntalaba su fama de no tener clemencia ni con los propios ni con los ajenos, al frente de la vicepresidencia del Gobierno de Felipe González y como 'número dos' del PSOE. Cuestionó también que él se condujera sin compasión alguna. Sea como fuere, 'El que se mueve no sale en la foto' ha perdurado como el resumen gráfico de lo que significan en política el cierre de filas y las consecuencias de la disidencia. Lo que Guerra no puede negar es ni la brillantez de su oratoria ni la habilidad para la maledicencia, que convertían sus mítines en un festín para militantes y periodistas. Suyo es -y esto está acreditado- el 'cepillado' del Estatut catalán de 2006 en las Cortes que sigue citándose como una de las espoletas del actual conflicto independentista.

Todo es falso, salvo alguna cosa

Podría decirse que en Mariano Rajoy concurren dos oradores. Que está aquejado de una suerte de bipolaridad retórica. A un lado está el Rajoy de verbo bruñido, algo anticuado pero con tanta soltura y retranca en la tribuna como para haber dejado huella en el diario de sesiones del Congreso, algo al alcance de muy pocos. A otro, el Rajoy que se traba, al que a veces no le salen los retrúecanos y que provoca ¿involuntariamente? la hilaridad. Es el que va del «¡Viva el vino!» al «España tiene muchos españoles» o a aquello de «un vaso es un vaso y un plato es un plato», una afirmación indiscutible... o no. En medio, el expresidente ha protagonizado raptos de sinceridad verbal, como cuando se le escapó aquello del «coñazo» para definir un desfile del Día de la Hispanidad o cuando itió que «quien me ha impedido cumplir mi programa es la realidad». «No he dormido nada. No me pregunten demasiado, si hacen el favor», trató de deshacerse de las preguntas incómodas sobre la corrupción después de una noche en vela en una cumbre europea. La corrupción, y singularmente la pesadilla del caso Bárcenas y la trama Gürtel que le costó la moción de censura, ha inscrito dos expresiones de Rajoy en el imaginario colectivo. Una no la dijo, la escribió en un mensaje de móvil con demasiada inhibición: «Luis, sé fuerte». La otra es un modelo de galleguismo ambiguo, valga la redundancia: «Todo es falso, salvo alguna cosa», lo que viene a ser el reverso de aquel «despido en diferido» de Bárcenas que perseguirá para los restos a María Dolores de Cospedal.

En España se entierra bien

Las tribunas públicas también echan de menos la elocuente ironía de Alfredo Pérez Rubalcaba. El exministro y líder fugaz del PSOE, químico de carrera, es recordado por más de una frase de autor. La más relevante, por su trascendencia final en la bajada de persiana del terrorismo, fue probablemente aquella sintetizada en «o bombas o votos», con la que acotó el terreno de juego a la izquierda abertzale ilegalizada tras el fracaso del proceso de paz de 2006 que capitanéo junto al presidente Rodríguez Zapatero. Pero por su casticismo, por la sorna no exenta de amargura que despliega, la que se ha ganado un sitio en este breviario es ésta: «Los españoles somos gente que enterramos bien», con el remate -«Esto seguro que es un titular, así que bórrenlo»- de quien conoce al dedillo los resortes de la comunicación política. El día que lo dijo, Rubalcaba atravesaba el peor sinsabor que puede sufrir un político de raza: el de verse obligado a abandonar la primera línea, acuciado en este caso por el desfallecimiento electoral de los socialistas. Fue en ese trance, ante la lluvia de elogios que estaba recibiendo a su trayectoria, cuando al 'Fouché español' le salió la vena sepulturera. Rajoy algo sabe también de enterramientos políticos, los que acechan ahora la crisis interna de Podemos.

Son ritos de apareamiento

Esto, firmado por Xabier Arzalluz, se remonta a hace dos décadas. Pero lo mismo valía entonces que vale ahora y que ha valido siempre, cuando de lo que hablamos son de los movimientos partidarios para pactar cómo conservar o acceder al poder. Dotado para el mitin, adorado por los suyos, irado y detestado a partes iguales por sus rivales y fuente inagotable de titulares periodísticos, Arzalluz pronosticó aquel octubre de 1998 las dificultades que iba a encontrarse Juan José Ibarretxe para formar gobierno tras ser elegido lehendakari por primera vez y tiró de los documentales de La 2 para resumir las negociaciones que se avecinaban. «Sacan pecho, hinchan el garganchón, mueven las alas, promueven gorjeos... Pero son ritos de apareamiento. Y, salvo excepciones, todo el mundo quiere aparearse», describió. El cambio de Gobierno en Andalucía atestigua la vigencia de la comparación.

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