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No tengo ganas de llorar sino de felicitarme porque esta Real Sociedad es capaz de practicar su fútbol vertical, moderno, ante los grandes y en los grandes torneos. La Real fue un equipo con mayúsculas. Miró a los ojos del Barcelona con esa valentía que desafía sus propias limitaciones y solo los penaltis le han separado de jugar su primera final después de 33 años.
La Real Sociedad estuvo a la altura. Vaya sí lo hizo. Por eso duele todavía más, porque la Real hizo todo lo posible y bien para ganar. Apareció la Real que anhelaba Imanol la víspera. Tenía razón el entrenador. Nunca hay que perder la fe en estos jugadores. Demostraron personalidad y aplomo adoptando la correcta decisión en cada momento y el Barcelona tuvo que exprimirse al máximo. Si alguien podía pensar que a los nuestros les iban a temblar las piernas en un reto como este, se confundió, porque la Real le retó al Barcelona desde el primer minuto con una presión alta en todo el campo que pudo mantener hasta el minuto noventa y más allá. No estará el domingo en la final de La Cartuja de Sevilla pero la experiencia de ayer sí le servirá para esa gran final de Copa en ese mismo escenario que jugará el 4 de abril ante el Athletic. Porque la semifinal tuvo todos los ingredientes que se puede encontrar ese día, incluida una prórroga, la primera desde el 2005 cuando perdió una eliminatoria de Copa ante el Zamora en los penaltis.
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La Real plasmó sobre el terreno lo que Imanol había dibujado en la pizarra. Sus futbolistas vivieron el partido con una concentración absoluta. El equipo no iba a tener ningún problema en replegarse atrás, con una línea de cinco, con Guevara incrustado en la misma, y con otra de cuatro por delante. Así le iba a esperar al Barcelona. La Real Sociedad fue seria defendiendo y buscó el contragolpe con paciencia y eficacia. La apuesta salió porque anuló el juego interior del Barcelona. A Busquets y De Jong ni se les vio hasta bien entrado el partido. En esa primera media hora ocurrió lo de que casi siempre en las últimas semanas: la Real pagó su falta de contundencia. Isak, ayer uno de los mejores, amagó en un cabezazo a centro de Portu que se fue por encima del larguero; luego fue el turno de Portu en un disparo cruzado; Le Normand cabeceó a las manos de Ter Stegen en un córner y otra vez Isak, en la más clara de la primera parte, la tuvo en un mano a mano con el alemán tras una arrancada de Oyarzabal desde el campo de la Real. Nos acordábamos de los partidos de esta temporada, especialmente los jugados en Europa, en los que la Real no terminó de concretar su superioridad en goles.
Todavía fue peor la sensación cuando la Real se metió atrás y perdió fuelle en la presión. Ahí el Barcelona dio un paso adelante. La verticalidad y velocidad de Dembélé fue el clavo al que se agarraron los azulgranas. Sin Messi, el francés ambidiestro al que hizo debutar Philippe Montanier se echó el Barcelona a la espalda. Pero no fue él sino De Jong quien en el minuto 38 adelantó al Barcelona, en un remate de cabeza, tras una genial maniobra de Braithwaite al borde del área que dejó a Griezmann con tiempo suficiente dentro del área para acomodarse el balón en su pierna buena y sacar un centro al corazón del área pequeña.
Quedaba mucho tiempo por delante y la incógnita era ver si la Real era capaz de manejar esa situación de verse por detrás después de haber hecho todo para mandar en el marcador.
La respuesta llegó nada más arrancar la segunda parte cuando un centro de Oyarzabal fue desviado con el brazo por De Jong. Tuvo que ser el colegiado González González, de infausto recuerdo para la Real, quien confirmara desde el VAR la pena máxima. Ter Stegen se lanzó a su lado derecho y Oyarzabal puso el balón pegado al poste contrario. Era su decimosexto penalti anotado de forma consecutiva.
El partido estaba en el aire y otra vez se abría un escenario inédito para este equipo bisoño. Su respuesta fue inmensa. El equipo presionó bien, recuperó balones de vez en cuando y salió como un tiro cuando lo consiguió. Todos brillaron durante esa segunda mitad del partido y algunos nos entusiasmaron. Hicieron lo que tantas veces hemos visto en equipos que juegan finales. Se trata de jugar cada balón como si fuera el último, pero sin caer en riesgos innecesarios ni en precipitaciones. Faltó el gol. Al Barcelona también, así que nos fuimos a la prórroga. Y en esa media hora todavía la Real fue mejor. Zaldua casi marca el gol de su vida en el minuto 93 con un disparo seco desde fuera del área que Ter Stegen sacó a mano cambiada y luego Januzaj bajó de su planeta para poner patas arriba los últimos minutos. No se puede hacer tanto en menos tiempo. Primero puso un centro a Oyarzabal que este no supo rematar, después recorrió medio campo con el balón para terminar rematando con la puntera y puso la guinda al showtime con un lanzamiento de falta que Ter Stegen desvió con las yemas al poste.
Quedaban los penaltis. Y ahí el portero del Barcelona se hizo gigante. Bautista, que había entrado en el terreno de juego en el último minuto de la prórroga, erró el primero. De Jong también falló. Y Oyarzabal. Fue Dembélé el primero que marcó. Willian José volvió a errar. La Real había tirado tres y había fallado los tres. Pjanic sí hizo los deberes. Y Merino. Griezmann chutó a las nubes. Januzaj no falló y fue Riqui Puig, el jugador al que Koeman no quiere, el que cerró a la Real el paso a la final.
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