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Hay hombres que están en una relación con una mujer que ha sufrido violencia de género, y en determinadas situaciones surgen la dudas por los ... resabios que deja aquella pareja maltratadora que bien pudiera haber desaparecido de su vida o todavía ejercer acoso sobre ella. «Hay crisis que aparentemente salen de ningún lugar, dificultades para tener relaciones sexuales, ansiedad, traumas o estrés postraumático», asegura el psicólogo Alfredo Waisblat, responsable de los servicios clínicos del Centro Marie Langer, que pone en marcha un taller para «hablar y compartir sentimientos porque es tan grande la soledad de los hombres que en esa situación, que deben poder hablar de lo que les pasa también a ellos. Desde la construcción masculina, las reacciones de la mujer (que ha sufrido maltrato) lo pueden tomar incluso como algo que le hacen a él. Decir: ¿por qué me haces esto?, y ponerse nervioso».
Las reacciones de los hombres responden a las «herramientas de la masculinidad clásica. O salgo corriendo o voy a buscar a este tío y partirle la cara», reflexiona Miguel Lázaro, director de la asociación Masculinidades Beta, «por contraposición a alfa pero también a la versión informática de prueba». «Ambas son una forma de violencia hacia la mujer. Una pasiva, la de irse, y otra activa, la de buscar al ex. Pero si quieres a esa persona, aunque resulte tan difícil tener esa relación de pareja con ella, necesitas herramientas para manejarlo». También puede aparecer la «impotencia, porque no sabe qué hacer», apunta Waisblat, que espera que poder tipificar los tipos de casos con la «experiencia». «El hombre necesita elementos para cuestionar la propia masculinidad y poder cuidar de otra manera; es decir, escuchar qué es lo que la otra persona necesita. Los hombres tenemos la fantasía de la invulnerabilidad, y nos cuesta mucho expresar nuestras inseguridades y miedos, porque consideramos que es una muestra de debilidad».
La idea, inédita aún, surgió cuando Lázaro recibió el mensaje de alguien que le contaba su caso. «Me dijo que su pareja había sufrido violencia de género y él la intento ayudar, pero le resultaba muy difícil, no sabía cómo hacerlo y necesitaba un lugar donde compartir la dificultad del proceso», recuerda Lázaro. «Pedía ayuda y vimos que se podía brindar apoyo a estos hombres para que sean mejores compañeros de sus parejas, en la forma de atender la sexualidad y a la hora de cuidar. Los hombres estamos muy enseñados a recibir cuidados, no tanto a darlos. Los hombres no estamos entrenados en empatizar. Estamos entrenados en dar soluciones. Si tú a mí me cuentas un problema, yo como hombre lo más probable es que te diga lo que tienes que hacer, pero tal vez lo único que necesitan de ti es que escuches, no que des una solución».
El taller, o espacio de reflexión, no es para hombres maltratadores. Se basa en una «intervención comunitaria» para trabajar los «malestares en la vida cotidiana», entre los que están las agresiones machistas, y se tocarán puntos como la construcción femenina y masculina y las tipologías de la violencia, las consecuencias psicológicas del que las ha sufrido. «Cada uno hablará de su propia experiencia y se trabaja lo que tenemos en común», dice Waisblat. «No es una intervención psicológica, porque no es una patología. Es algo más abierto».
En las seis sesiones de grupo, con aforo máximo de veinte personas, se espera explorar durante dos horas por sesión «cómo lo viven, qué les genera impotencia, qué causa dolor», aunque lo habitual sea que el «grupo de hombres se pisen la palabra» los primeros minutos. «Aunque cada uno tiene su propia experiencia con mujeres que pueden haber sufrido desde abuso sexual en la infancia o maltrato continuado con una expareja, lo que va a atravesar a todos esos hombres es la dificultad para hablar de ello», dice Lázaro. «Con apoyo, acompañamiento, escucha, cariño, puede demostrar que puede ser otro hombre, tener algún tipo de relación más amable y cuidadosa».
«Un tercer objetivo que es generar protagonismo personal y social», añade Waisblat. «Al estar con otros, escucho y me escuchan, cambio una dinámica de relación, entiendo que mis actitudes o mis conductas tienen que ver con una construcción social y con un guion. No eres tú. Entonces puedo tomar distancia, puedo cambiar cosas en mi vida cotidiana con mi pareja. A lo mejor esta grupo decide formar una asociación después, como ya ha pasado». El reto apenas empieza para romper otro tipo de violencia.
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