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Idurre Eskisabel (Beasain, 1970) relevó hace unos días a Paul Bilbao como secretaria general de Euskalgintzaren Kontseilua, un organismo que acaba de cumplir 25 ... años y aglutina a los principales agentes sociales implicados en la revitalización del euskera. Licenciada en Periodismo y en Antropología en la UPV/EHU y en la actualidad profesora del Departamento de Periodismo de esa universidad, aúna experiencia profesional, solvencia intelectual y una visión constructiva del futuro.
– En su primera intervención como secretaria general utilizó numerosas imágenes náuticas. Aprovechando el símil, ¿cuál es el estado actual de la mar en lo que al euskera respecta?
– Según qué día partamos del puerto, podemos encontrarnos con un mar amable y acogedor pero, en diez minutos, o al día siguiente, afrontar olas enormes, tempestades y corrientes que nos impiden avanzar, o incluso nos hacen retroceder. En cualquier caso, creo que el panorama es interesante en el sentido de que tenemos muchas posibilidades de encauzar ese barco imaginario hacia lugares donde el euskera pueda vivir con plenitud, donde haya entornos amables para los que no solo somos vascoparlantes, sino que 'somos' en euskera. Y llegar a ese puerto debería ser un deseo no solo de los euskaldunes y los euskaltzales, sino de toda la ciudadanía vasca, porque estamos hablando de una práctica lingüística, una práctica social, que concierne a la convivencia, a la cohesión social, a que cada persona pueda ejercer su ciudadanía con plenitud, en todos los aspectos.
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– Kontseilua aglutina a agentes procedentes de ámbitos diferentes. ¿Es fácil mantener el rumbo con una tripulación tan variada?
– El rumbo está muy claro, y yo diría que una de las virtudes de eso que llamamos euskalgintza, de esos actores sociales que, cada uno desde su ámbito y su sector, promueven el euskera, es su variedad y su pluralidad, así como el hecho de que se haya podido trabajar en conjunto. Hemos tenido épocas más tormentosas, porque la historia reciente es la que es y lo ha condicionado todo, pero en estos momentos, sobre todo a la hora de hacer un diagnóstico y de señalar las urgencias, creo que la coincidencia es muy grande.
– ¿También es ahora mayor la sintonía o, cuando menos, la capacidad de colaboración entre los agentes sociales y las instituciones públicas?
– Ese es uno de los cambios más sustanciales de los últimos años. En parte se deriva del cambio de las circunstancias, pero también de la constatación compartida de que vamos juntos o no vamos a ninguna parte. Cuando digo que vivimos un momento interesante también me refiero a eso, porque estamos viendo que en muchos procesos para favorecer la revitalización del euskera el consenso es mucho más grande de lo que se cree. Los gobernantes deberían tomar en consideración ese consenso y, a partir de ahí, diseñar políticas lingüísticas más valientes.
– Euskera y política forman un binomio problemático. Usted ha afirmado que lo que se necesita es 'política con mayúsculas'.
– Ese miedo siempre ha estado presente. 'No hay que politizar el euskera' o 'hay que dejar el euskera al margen de la política' son consignas que han penetrado mucho. Entiendo cuál es su origen, pero creo que este es justamente el momento de hacer esa 'política con mayúsculas', que consiste entre otras cosas en tener una mirada que vaya más allá de los ciclos electorales. Debemos pensar en períodos más amplios y, de alguna manera, hacer política fuera del juego político. Creo que, si se hace bien, hay consenso social suficiente para dar más pasos.
– Esos grandes debates, que a muchos les resultan lejanos, tienen también una dimensión individual, personal.
– Así es, pero las dos dimensiones están unidas. Cada día muchas y muchos nos preguntamos por qué tenemos que hacer el ejercicio de estrés lingüístico que supone tratar de ser lo que se es. Las lenguas no solo sirven para comunicarnos, también tienen una función muy importante a la hora de crear subjetividad, de crearnos a nosotros mismos. En ese sentido, los euskaldunes no tenemos todavía la licencia, el estatus o el poder de ser nosotros de una manera natural y cotidiana. Estamos constantemente pensando estrategias e incluso justificaciones, y eso tiene su reflejo a nivel colectivo. Al final, el problema está en que nuestra situación de subalternidad en el marasmo de poderes que se cruzan hoy en día nos deja en unos ámbitos que no son centrales. Eso es lo que hay que cambiar para que la convivencia sea mejor y más plena. Y para que se produzcan esos cambios son necesarios los grandes debates.
– ¿También lo es el compromiso del conjunto de la sociedad?
– Por supuesto. El cambio lingüístico es un cambio social que nos afecta a todos. Tenemos que seguir con mucha atención el resto de cambios sociales y tejer alianzas y complicidades, y entender también que, en la medida en que estamos hablando de un nuevo reparto de poderes, se producen resistencias, pero no son insuperables.
– ¿Cómo se superan?
– Hablando y escuchando mucho, con templanza y con objetivos claros. En este sentido, creo que es muy importante la labor de las instituciones y los gobernantes, porque tienen capacidades que los demás no tenemos. Hacen falta políticas públicas firmes, y también creer firmemente en los procesos de cambio que se están produciendo. Si creen realmente que todo este trabajo conduce a una sociedad más justa y más cohesionada –en el fondo, mejor–, transmitirán esa idea. También es muy importante ver qué están haciendo las generaciones venideras. El panorama está cambiando de manera acelerada, así como la relación de las personas con las lenguas, lo que les coloca en otro paradigma en el que, de momento, están ganando terreno las lenguas hegemónicas, sobre todo una. Y eso no solo afecta al euskera.
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