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Alberto Arce
Viernes, 2 de mayo 2025, 11:40
Los tres hermanos, de entre 8 y 10 años, rescatados el lunes del chalé de la zona rural de Oviedo en que sus padres ... los mantenían recluidos desde diciembre de 2021 están a salvo y bajo la tutela del Principado. Aunque no sean conscientes por su corta edad, estos días están siendo sometidos, según anunció el miércoles la consejera de Derechos Sociales, Marta del Arco, a una primera fase de valoración física, emocional, relacional y de comportamiento que determinará el alcance de los daños que haya podido provocar en ellos el aislamiento forzoso al que, presuntamente, fueron sometidos por sus progenitores –ya en la cárcel–, y que será crucial para comenzar a construir poco a poco el proceso de curación que garantice un futuro de normalidad para los tres hermanos.
«Tienen una oportunidad ahora mismo; la infancia tiene esa plasticidad: Si se trabaja de manera correcta, aunque pueda haber secuelas, porque esto es algo que van a llevar de por vida, podrán llegar a la edad adulta con garantías de tener una vida plena». Así lo explica, en declaraciones a EL COMERCIO, la portavoz del Colegio Profesional de Educación Social del Principado de Asturias, Flor González Muñiz, que ha estado muy pendiente del caso desde su inicio, el pasado 14 de abril, tras la denuncia de la vecina que propició la actuación policial.
Considera que los daños que han sufrido los tres menores a causa del encierro, aunque muy graves, no son irreversibles siempre y cuando «pongamos, como sociedad, todos los instrumentos a disposición para que ese trabajo dé el fruto necesario y que en unos años veamos a unos niños sanos física y emocionalmente».
Ahora bien, ¿en qué consiste ese «largo» proceso sanador? En la construcción de su nueva normalidad. «Por la prolongación en el tiempo y la intensidad del daño se establecerá un protocolo y un plan de trabajo para generar espacios amables donde tengan la sensación de seguridad que han perdido», manifiesta. No obstante, incide, «este daño y desprotección prolongado tendrá unos efectos durante toda su vida o durante un tiempo muy importante; no se va a resolver en tres meses».
Hasta el momento, los niños han estado recibiendo un mismo estímulo constante por parte de sus padres, a los que se les imputa sendos delitos de violencia doméstica en forma de maltrato psicológico habitual, abandono de menores y posiblemente también –con el avance de la instrucción del caso– el de detención ilegal, y es que el mundo exterior era perjudicial para ellos. Eso no es cierto.
No hay que dejar de lado, sostiene la portavoz del Colegio, que «su normalidad es la que tenían» y que «ahora hay que iniciar un trabajo terapéutico desde el ámbito socioeducativo, en el día a día, para normalizar cosas tan básicas como el control de esfínteres –llevaban pañales–, el aseo y la higiene, salir a la calle, socializar e ir buscando también un desarrollo progresivo de su autonomía», por ejemplo, para comer. Ello, sumado a la reducción de factores de riesgo como el miedo al mundo exterior y complementado por la integración paulatina en la comunidad, la socialización con otros niños y adultos y el posterior al ámbito educativo.
Un proceso en el que «cada uno va a requerir un tiempo», ya que si bien los dos más pequeños se están adaptando bien, en ese sentido, a vivir sin mascarilla –sus padres iniciaron el aislamiento durante la sexta ola de la pandemia y defendían que los niños tenían serios problemas de salud, por lo que acumulaban medicamentos para istrárselos–, el mayor es un poco más reticente. «Los pequeños se las quitaron y se vieron libres, pero el grande come y vuelve a ponérsela». Eso sí, que sean tres también ayudará a que «hagan piña entre ellos», lo que es un «factor de protección», en todo su camino hacia la normalización de las relaciones.
Así, reitera González Muñiz, «no es tan fácil descomponer el discurso que han recibido durante tanto tiempo por parte de sus padres», y añade a renglón seguido que «los niños son menos conscientes del riesgo cuanto más pequeños», por lo que es normal que el mayor «necesite comprobar más que los otros dos que no pasa nada e ir ganando seguridad».
Ese proceso curativo también pasará por que se les explique a los tres hermanos que «algunas mamás y papás no saben cuidar bien a sus hijos, pero que ello no significa que no les quieran». También por que vayan encontrando «personas de referencia» entre el equipo educativo; por la socialización a través del juego, a pesar de la barrera del idioma –se comunican en inglés–, con la que recuperarán las habilidades motoras que ha podido mermar el encierro, y que favorecerá a su desarrollo físico y emocional.
Físico, sentenció la portavoz de la entidad colegial, porque «es evidente que hay un proceso de raquitismo» en los pequeños «por la falta de vitamina D» al no salir a la luz del sol. «Un niño de 8 años no sólo no debería dormir en una cuna –ni llevar pañales–, sino que no debería caber». Afortunadamente, los niños, según confirman las fuentes consultadas a este diario, se muestran entusiasmados con salir al parque.
¿Y por qué ha podido suceder algo así en Oviedo? Flor González Muñiz concluye que «esto ha ocurrido con personas que vienen de otro contexto social –el padre es alemán y la madre estadounidense– donde el aislamiento se permite mucha más que en nuestro país. Si esto hubiese ocurrido en su país, podrían haber estado así durante muchos años más, pero en España tenemos un desarrollo comunitario muy positivo».
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