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No ha habido estrellas en el Zinemaldia, estaban de huelga. Alfombra roja vacía, alfombra rojo combate. Después de durísimos 148 días de paro, habrá acuerdo ... en Hollywood. ¿Lo habrá en Detroit? «Lo que es bueno para la General Motors es bueno para Estados Unidos», dijo el que fuera su presidente Charles Wilson, en 1955. La frase hizo fortuna porque dibujaba América. Algo ha cambiado. Esta semana, Joe Biden se subía a un palé frente a las puertas de la planta de la General Motors (GM) en Bellevie, Michigan, y arengaba a los piquetes del sindicato United Auto Workers (UAW) para que sigan apretando con la huelga porque merecen más. La protesta se extiende también a las fábricas de Ford y la antigua Chrysler, las tres grandes de Detroit. El Rust Belt, el cinturón del óxido, se pone en pie. 'Stand up', se lee en las pancartas.
El lema remite al histórico 'sit down', siéntate, de las huelgas de los años 30, en plena Gran Depresión. 'The Times They Are a-Changin', que diría Dylan. Los obreros se sentaron en sus puestos de trabajo en la planta de GM en Flint y no los abandonaron durante 44 días. Así impidieron que la empresa les sustituyera por esquiroles y evitaron el peligro de cruzarse en la calle con matones a sueldo con el encargo de persuadirles de que abandonasen las protestas, en escenas que traían a la memoria a Sacco y Vanzetti.
Hoy, un siglo después, los trabajadores del automóvil de Detroit –no protesta el que quiere, protesta el que puede y por eso en esta reivindicación colectiva y en todas tiene más responsabilidad el obrero en buenas condiciones que el precario– niegan el relato dominante de la inevitabilidad del deterioro paulatino de las condiciones laborales, un mal universal. El ciclo es clásico: una gran recesión (en 1929 o en 2008) da paso a la bancarrota de las grandes firmas (lo mismo vale para los bancos), al rescate público y a la reestructuración, a base de cierres, recortes y concesiones sindicales. Las compañías se recuperan y acumulan beneficios millonarios, pero, y aquí se rompe la cadena, no llegan hasta los trabajadores. Un operario de la GM resumía esta semana el estado de la cuestión: «Hemos jugado el partido que ellos querían». Shawn Fain, el presidente de la UAW, defiende que «este es el momento decisivo de nuestra generación».
Lo es, ahora que el volumen de contratos dignos aún es relevante respecto a los precarios. El engaño masivo ha quedado al descubierto, porque nadie es clase media si la distancia que le separa de la pobreza es no cobrar las próximas dos o tres nóminas, y la gente está tomando conciencia de ello. La desigualdad insoportable está también en el origen del momento político medieval que viven muchas democracias. El instinto de supervivencia es un impulso prepolítico. Si la pedagogía se confunde con la doctrina, si el acuerdo se desprestigia y se equipara a la rendición, si la rivalidad ideológica se convierte en deslegitimación del adversario, la arquitectura institucional se resquebraja, y si cae, los huecos que deja libres los ocupa el monstruo. Si la idea civilizatoria de prosperidad compartida es objeto de burla en las escuelas de negocios y la sociopatía –causar el mayor daño posible– es un mérito para triunfar, el problema no es solo económico. Es como si, en vez de buscar acuerdos predominase la idea de que hay demasiado en juego para hacer concesiones. Una lógica nefasta, la misma que cree que la democracia es un lujo para cuando una sociedad se la pueda permitir.
La imagen de Biden –que no es precisamente un destacado miembro de la internacional trostkista– megáfono en mano a las puertas de una de las mayores empresas del país impacta a este lado del Atlántico. Chocaría ver a un presidente europeo en una toma de posición así de frontal, aunque el duelo al sol Pedro Sánchez-Iberdrola tampoco está mal. Seguramente, Biden debió de sorprender al lehendakari Urkullu, que no deja pasar la ocasión de criticar las huelgas que se suceden en el país y señalar a sus promotores su ceguera por no ver las condiciones laborales objetivas que hay en Euskadi. Relacionar la mejora de las mismas con la conflictividad laboral no viene a cuento. Lo diga Biden o lo digan las estrellas de Hollywood.
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