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Rosita Yarleque llegó a Gipuzkoa desde Perú hace diez años, el tiempo que lleva dedicándose al cuidado de personas mayores. Enseguida supo que a ella, lo que le «llenaba» y le hacía «feliz» era cuidar «de estas criaturas tan vulnerables», afirma esta mujer, que reclama el lugar que se merecen en una sociedad que «en ocasiones, se olvida de hacerlo». «La persona mayor siempre tiene que estar en la sociedad, no hay que apartarlos. Hay familias que ni aparecen cuando está ya la cuidadora. Sé que tienen sus obligaciones, pero les pediría que al menos los visiten aunque sea por una hora y les den un abrazo».
El envejecimiento de la población ha puesto en primer plano la labor de los cuidados, que mayoritariamente la llevan a cabo mujeres migrantes. Así, el empleo doméstico y el cuidado de las personas mayores es la principal ocupación de la mayoría de mujeres procedentes de países de Latinoamérica. Rosita dejó atrás su Arequipa natal «por motivos personales» que le «obligaron a salir de ahí» y recaló primero en Granada y después en Málaga, donde trabajó de peluquera pero con la «ilusión» de terminar la carrera de Derecho que empezó en Perú. Sin embargo, «me dijeron que tenía que prepararme de cero, las leyes no son las mismas...», por lo que abandonó esa idea y se puso a buscar trabajo «de lo que fuera. Encontré una empresa del sector de los cuidados y me vine a Donostia», cuenta esta trabajadora que presta sus servicios de cuidado a mayores a través de la empresa Asisthogar Bidasoa. Después de realizar la correspondiente formación, su primera experiencia fue «de interna, con un matrimonio que tenía Alzheimer. Estuve cuatro años, no es un trabajo fácil. No duermes y no sabes con qué temperamento te vas a enfrentar. Es un desgaste psicológico, también físico porque las personas encamadas requieren mucho esfuerzo».
A pesar de los desvelos, Rosita se dio cuenta que «con amor se vence todo. Es el instrumento más importante en la vida. Estas personas son lo más grande para mí y llenan el vacío que tengo al dejar a una familia lejos. Es muy duro». Añora a sus hijos. «El mayor es cirujano dentista y mi hija se fue a Alemania a estudiar Biología en la Universidad. Quizá no tenga grandes cosas pero he podido invertir en la educación de mis hijos».
Cuida a diario de Carlos, de 82 años, y ayuda a su mujer, Nunci, con las tareas del hogar, un trabajo del que se siente «muy orgullosa. Ser cuidadora es un trabajo muy digno y para mí es muy importante», afirma esta mujer, al tiempo que reclama un mayor reconocimiento por parte de la sociedad. «Los cuidados a mayores no están reconocidos, no se les da ese valor que deberían tener. En mi caso no ha sucedido, porque la familia donde trabajo es como mi familia, pero conozco a personas que sí lo han sufrido. No son reconocidas, son maltratadas psicológicamente... y creo que eso debería cambiar. Que la familia sea más empática porque nosotras damos el 100% para que las personas mayores se sientan bien», expone, haciendo hincapié en que «la población cada vez está más envejecida y se necesitan personas que cuiden, más aún cuando muchos prefieren estar en su casa en vez de en una residencia». Rosita reflexiona por otro lado el hecho de que los cuidados sean en ocasiones la 'vía de escape' para muchas personas, «que han terminado su carrera en su país y viven aquí y no somos nada. Hay muchos requisitos para trabajar en la carrera que se desea y lo más fácil es cuidar a mayores, no corres riesgo de deportación porque trabajas en el domicilio...».
Otro de los aspectos en los que pone énfasis es en la igualdad de los cuidados. En este sentido, «insto a la sociedad a que no solamente las mujeres podemos cuidar, debe ser en igualdad. Hay muchos menos cuidadores, pocas veces he visto a chicos y ellos también pueden trabajar de esto, ¿por qué no? Que ellos tomen también parte en los cuidados porque están capacitados».
Rosita habla con dulzura al referirse a Carlos, la persona a la que cuida, asea y viste a diario. «Llevo dos años con él. Le ayudo con lo básico, salimos también a andar con la señora y me encargo de la casa», explica. Aunque su trabajo abarca también «el aspecto emocional». «A él le encanta la música, bailar... Con el canto activamos su memoria y el baile le aporta movimiento a su cuerpo, es muy bueno para él», dice agradecida por estar rodeada de estas personas que «aportan sabiduría, experiencia y son tan importantes para la sociedad». Por ello «pido a todas las cuidadoras que los cuiden, que tengan paciencia con ellos y que les tengan amor. Hay que valorarles».
Se siente muy «agradecida» por todas las puertas que «se me han abierto aquí en España cuando llegué y en concreto en Gipuzkoa, donde llevo diez años trabajando. Este país me ha dado todo lo que no he tenido allá», expresa.
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