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Desde hace meses está sobre la mesa del gobierno español el reconocimiento del Estado Palestino, aunque ha sido en las últimas semanas cuando está cogiendo ... más impulso y se ha convertido, cómo no, en otro punto de debate entre el ejecutivo y el PP. Por supuesto, a Pedro Sánchez se le puede acusar de incoherencia en muchos temas de la política exterior, pero no en éste, donde ha fijado una posición clara desde el atroz atentado de Hamás del pasado 7 de octubre. A diferencia de otros líderes mundiales que, enseguida, se presentaron ante Netanyahu para darle carta blanca en Gaza en nombre de la seguridad, Sánchez no se reunió con el primer ministro israelí hasta el 23 de noviembre. La brutalidad del Ejército hebreo era ya una realidad. En dicho encuentro le expresó sus condolencias y su máxima condena al ataque terrorista, añadiendo que «la respuesta no debe implicar la muerte de gente inocente en Gaza, incluidos miles de niños», amparando a Israel la facultad de defenderse, pero respetando el derecho internacional humanitario. Aparte de reclamar la liberación de los rehenes, Sánchez ha apostado siempre por la declaración del Estado Palestino. Y no como premio a los terroristas, sino como un instrumento justo para iniciar el camino de la paz. Porque Israel no estará a salvo sin una solución a un conflicto que tiene sus orígenes en 1947.
Entonces fue votado en la ONU el plan de partición de la Palestina histórica en dos estados, pero, mientras los palestinos en particular y los árabes en general no lo aceptaron, por entender que salían territorialmente muy perjudicados, Ben Gurión proclamó el Estado de Israel en 1948, habiéndose producido antes numerosas agresiones contra los palestinos y la destrucción de muchas de sus aldeas. Se trataba del famoso Plan D, tan bien analizado por el historiador israelí, hoy exiliado en Gran Bretaña, Ilan Pappé en su magnífico libro 'La limpieza étnica de Palestina'. Desde ese momento la historia es conocida, con el hecho cierto de que Israel ha ido aumentando progresivamente la zona que delimitó la ONU, sin que la comunidad internacional haya sido capaz de solventar el problema, en buena medida porque Estados Unidos ha jugado la carta israelí.
En el mencionado viaje, Sánchez también fue a Egipto, pieza clave en cualquier negociación, y, acompañado del primer ministro belga, Alexander De Croo, se desplazó al paso fronterizo de Rafah, donde evidenció la grave situación humanitaria que estaba viviendo la región. Esta denuncia la hizo el 24 de noviembre, generando una crisis diplomática importante con Israel y una acerada crítica del PP, sin fundamento alguno. Sánchez sólo se limitó a decir verdades como puños, que después empezaron a repetir los distintos mandatarios internacionales, incluido el propio Biden, quien sigue practicando el doble juego: criticar a Netanyahu, por un lado, y proporcionarle armas con las que matar a palestinos, por otro.
En esa mini-gira, el presidente español planteó asimismo la necesidad de organizar una conferencia de paz, la cual contaría con el apoyo de la UE, la Liga Árabe y la Organización para la Cooperación Islámica. Lamentablemente, esa cumbre no se ha podido celebrar porque ni había, ni hay, deseo entre israelíes y palestinos ni entre las grandes potencias implicadas en el conflicto, como EE UU. Probablemente, era un acto de voluntarismo bien intencionado, pero poco trabajado. En sustitución de ese encuentro, Sánchez ha llevado a cabo una tournée por diferentes capitales europeas para sumar apoyos a la proclamación que su ejecutivo quiere hacer del Estado Palestino en el corto plazo, sin demasiado éxito. Y aquí ha vuelto nuevamente la discrepancia con el PP. Personalmente, no la entiendo. Primero, porque los populares llevaban la solución de los dos estados en su programa electoral y la posición oficial del partido es ésa. Segundo, porque no se entiende bien que se hable de que España debe hacerse acompañar de 'países de peso'. Es una fórmula un tanto difusa que deja en nada el reconocimiento que el Estado Palestino tiene de 139 países. Y, tercero, porque en 2014 todos los grupos aprobaron en el Congreso que el gobierno reconociera a Palestina como Estado, lo mismo que Francia, Portugal, Grecia o Irlanda.
Este acompañamiento es completamente innecesario y España debería dar el paso, como hizo Suecia en 2014, sin atender a otros estados . Bastantes años de retraso llevamos en esta cuestión. De hecho, hay un consenso generalizado en torno al reconocimiento, no así en el cómo y en el cuándo. Pero, desde luego, no podemos aguardar a un acuerdo entre las partes y los actores de la región, como dice Washington, porque los intentos anteriores han fracasado y nos abocaría a otras cuantas décadas de espera, que es lo que desea Israel, en cuyo ánimo está hacerse con la totalidad de la Palestina histórica.
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