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Apocos meses de las presidenciales en Estados Unidos, es seguro que el duelo que vivimos en 2020 volverá a repetirse: Joe Biden contra Donald Trump. ... De manera que lo primero que llama la atención es que, en el país más poderoso del mundo, se ha instalado una auténtica gerontocracia, emulando así a lo que le sucedió en la Unión Soviética tras la destitución de Kruschev, sin que, de momento, sea posible establecer auténticos paralelismos. En este sentido, resulta curioso que ni en el Partido Demócrata ni en el Republicano haya recambio a la vista. En el primero de ellos, hace cuatro años, se pensó que Kamala Harris podría ser la sustituta de Biden y candidata, pero la verdad es que la vicepresidenta ha sido un auténtico bluf. El hecho de ser mujer, hija de inmigrantes y brillante estudiante no han servido para impulsar su carrera política, habiendo estado eclipsada la mayor parte del tiempo. En ausencia de Harris, parece mentira que no haya otros aspirantes entre los demócratas y que confíen su fortuna a un presidente con serias lagunas de memoria, como ha destacado el fiscal especial Robert Hur, y cuya imagen pública está bastante deteriorada. Por su parte, desde que Trump se postuló en 2015, el Partido Republicano ha sido fagocitado por un personaje extravagante, que ha afrontado dos juicios políticos y que supone un auténtico peligro para la democracia, tal como se demostró en el asalto al Capitolio del 6 de enero de 2021.
En este escenario, el éxito de uno u otro es posible, pues las encuestas no atisban un vencedor claro. Quizás sólo los tribunales podrían frenar la imparable carrera de Trump hacia los comicios de noviembre. Pese a esas voces discrepantes que han apostado por Nikki Haley en las primarias de los republicanos, lo cierto es que el magnate cuenta con un sólido respaldo dentro de su formación, estando próxima su nominación. Como han señalado Steven Levitsky y Daniel Ziblatt («Cómo mueren las democracias»), en 2016 los dirigentes del Partido Republicano no quisieron deshacerse de la amenaza que el empresario podría suponer para el sistema político norteamericano, habiendo propiciado su designación. Según estos mismos autores, con sus excesos, trató de torpedear los equilibrios constitucionales, de modo que el deterioro del sistema durante su presidencia es una realidad incuestionable. Y si fuese reelegido, ¿seguirían funcionando los guardarraíles de la democracia o Estados Unidos entraría en una deriva cuasi-dictatorial? No es fácil saberlo.
El problema no radica sólo ahí, sino en las consecuencias que su regreso puede tener para la política internacional. Tomemos, por ejemplo, los conflictos de Ucrania y de Israel-Hamás. De momento, ha dicho que no ampararía a ningún país de la OTAN, en caso de ser atacado, si no estuviera al corriente de sus pagos. Se trata de una auténtica temeridad que define bien a este individuo, quien, no lo olvidemos, nunca ha sentido una especial simpatía por la Alianza Atlántica. Como es natural, esto ha suscitado los recelos de los socios europeos, en especial, de aquellas repúblicas próximas a Rusia, que temen ser objeto de un ataque similar al sufrido por Ucrania, aunque Putin siempre ha negado esta posibilidad. Asimismo, es bien conocida la iración de Trump por el inquilino del Kremlin. Y no sólo por tratarse de un tipo duro o de un macho alfa, como él, sino también por su estilo de gobernar Rusia: con mano dura. Ya en su día se habló de la influencia rusa en el triunfo de Trump ante Hilary Clinton. Es evidente que Putin ve con buenos ojos al empresario neoyorquino ante un Biden al que no traga, de suerte que moverá todos los hilos posibles para que vuelva al poder. Algo que le garantizaría, probablemente, la pasividad frente a Ucrania. A diferencia de Biden, Trump nunca se comprometería con Kiev como aquél lo está haciendo. Al punto que en estos momentos los republicanos más afines a Trump tienen bloqueada la ayuda a Ucrania. Distinta sería, sin embargo, su actitud respecto de Israel, puesto que su apoyo a Benjamín Netanyahu es incondicional. Las discrepancias entre Bibi y Biden son manifiestas, si bien el primero está tan empeñado en su supervivencia política que está toreando a la Casa Blanca, que se enfrenta al gran reto de aflojar el auxilio a su aliado en vísperas de unas votaciones. Porque cuando Netanyahu habla de que la guerra va a ser larga, lo dice de veras, debido a que está pensando en un relevo en el gobierno de Washington, fiando todas sus esperanzas a un Trump que sabe que no le va a fallar. Y, en medio, una Unión Europea, que, aun no diciéndolo expresamente, está muy asustada ante la pesadilla de volver a ver a Trump en el Despacho Oval.
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