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Fuerza histérica o por qué somos capaces de levantar hasta un coche en momentos de pánico
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Fuerza histérica o por qué somos capaces de levantar hasta un coche en momentos de pánicoEscucha la noticia
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Cuando el joven estadounidense Lauren Kornacki (22 años) presenció cómo su padre se quedó atrapado bajo el coche que estaba arreglando al partirse el brazo ... hidráulico que lo sostenía, no se lo pensó dos veces. Se acercó al vehículo, un BMW 525i de más de 1.500 kilos de peso, lo enganchó como pudo y lo levantó la altura suficiente para que el hombre pudiese salir. Las hermanas Hanna y Haylee hicieron lo propio con un tractor en una granja de Oregón y la canadiense Lydia Angiyou se batió en duelo nada más y nada menos que con un oso polar para salvar a sus hijos de un ataque hasta que un cazador logró abatir al animal.
Todas estas hazañas, más propias de una película de superhéroes que de la vida real, están protagonizadas por hombres y mujeres como tú y como yo. Ni especialmente fuertes, ni más valientes que la media. Sin embargo, han sido capaces de levantar vehículos de varias toneladas y enfrentarse a animales de una fiereza máxima sin contemplaciones. Cada vez que sale a la luz un caso de estos, una de las primeras preguntas que nos hacemos es ¿cómo es posible?, ¿de dónde saca la fuerza una quinceañera para arrancar la puerta de una furgoneta o mover el tronco de un árbol gigante? Pues bien, la respuesta quizá nos sorprenda. «Básicamente, del miedo», resumen los expertos en neurociencia y endocrinología.
Cuando nos enfrentamos a una situación extrema, en la que está en juego nuestra propia vida o la de un ser querido, nuestro organismo reacciona con un subidón de adrenalina de tal calibre que nos permite realizar proezas inalcanzables en nuestro día a día como conseguir mover una piedra inmensa o noquear a una persona armada, por ejemplo. Este fenómeno se conoce como fuerza histérica, un chute momentáneo de energía 'sobrehumana' que puede llegar a experimentar algunas personas cuando se encuentran en peligro extremo.
Lo que ocurre es que esta manifestación de superfuerza es muy difícil de estudiar en laboratorio porque se pondría en peligro a los participantes. De momento, lo que se sabe es que «se trata de un fenómeno que desencadena los mismos sistemas de respuesta que permitieron a nuestros antepasados sobrevivir en situaciones de riesgo vital», describen los expertos. Estos mecanismos forman parte del sistema nervioso autónomo del cuerpo, que lo podemos imaginar como una línea. En un extremo estaría el pánico absoluto y las respuestas fisiológicas a esa situación (la fuerza histérica es una de ellas) y en el opuesto tendríamos el estado de coma. Y entre uno y otro existe una amplia escala de grises, que son las respuestas biológicas habituales a episodios de estrés que todos hemos vivido en algún momento: pérdida de apetito, problemas para dormir, nerviosismo...
En los casos de peligro extremo, las investigaciones realizadas hasta ahora demuestran que «el cuerpo también recluta instantáneamente las fibras musculares más grandes y rápidas necesarias para desatar la fuerza explosiva y las potencia. De hecho, en una situación de estrés máximo se utilizan más músculos de lo normal, de ahí que logremos desarrollar una especie de superfuerza», explica Gordon Lynch, director del Centro de Investigación Muscular de la Universidad de Melbourne (Australia). Además, «la liberación hormonal (adrenalina y noradrenalina) aumenta el ritmo cardiaco y la presión arterial, maximiza la entrada de oxígeno y contrae los vasos sanguíneos, lo que ayuda a redirigir esa sangre hacia los principales grupos musculares, incluidos el corazón y los pulmones», añaden los especialistas.
La reacción de nuestro organismo ante un episodio de pánico no se queda ahí, va más allá. El chute de adrenalina es tan fuerte que puede reducir incluso la sensación de dolor. «El torrente de endorfinas que se libera actúa en estos casos como un analgésico natural». Así se explica que Tom Boyle, un vecino de Tucson (Arizona) que levantó un Chevrolet Camaro para liberar a un ciclista que se había quedado atrapado bajo el vehículo, no se diese cuenta hasta llegar a casa de que se había partido ocho dientes, probablemente por el esfuerzo realizado al apretar la mandíbula para levantar el coche.
Una de las consecuencias de experimentar una situación tan radical es que la persona afectada puede sufrir un trastorno de estrés postraumático. «Es una experiencia que puede resultar muy difícil de superar desde el punto de vista emocional para muchas personas».
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