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La red, como siempre, está convulsa. La victoria de Trump, junto con el ecosistema de desinformación, bulos y polarización amplificados por las redes sociales en temas como la terrible DANA de Valencia, ha producido un pequeño éxodo de la red social de Elon Musk (ya saben, X, la antigua Twitter) a Bluesky. Esta última, creada por Jack Dorsey, fundador de Twitter tras la adquisición de la plataforma por Musk, es vista como una alternativa para algunos s que buscan espacios digitales menos controvertidos. No es este el lugar para debatir los motivos de este éxodo, si es necesario abandonar una red u otra, o si una es más libre que otra.
Lo que personalmente me resulta de interés es cómo los algoritmos de estas redes sociales modulan el comportamiento de la sociedad y cómo deberíamos protegernos de sus manipulaciones. No soy experto en algoritmos ni en manipulación en masa, pero como ciudadano, observo esta ola: cómo nos mueve, los vaivenes que genera y cómo podemos surfearla sin caer en sus remolinos.
Cuando estás dentro de una red social como X, puedes tener la sensación de que todo lo importante ocurre ahí, que si no estás, quedas desconectado de la realidad. Sin embargo, el mundo es mucho más grande, y las informaciones se mueven también en otras plataformas como TikTok, Instagram o cualquier otra red china, cuyas olas son aún mayores en un océano digital inmenso.
Entonces, ¿por qué gastó Elon Musk 44.000 millones de dólares en la compra de esta red social en 2022? Según sus propias declaraciones, porque la libertad de expresión estaba en peligro. Sin embargo, la realidad parece haber superado esa visión de adalid de los derechos humanos. Su compra le ha puesto en el centro del debate social y político, le ha llevado de lleno a la Casa Blanca, y los cambios introducidos en la plataforma han generado transformaciones profundas. Uno de los más controvertidos fue el cambio en el sistema de verificación: se eliminó el criterio de autenticidad asociado al check azul y se vinculó al modelo de suscripción de pago. Esto no solo alteró el propósito original del sistema, sino que también facilitó la proliferación de mensajes sensacionalistas, ya que lo que polariza mantiene a los s más tiempo en la red.
Cambridge Analytica mostró el camino, y el alumno aventajado ha sacado la mejor nota posible. Si recordamos el caso, el uso indebido de datos personales de millones de s de Facebook permitió diseñar estrategias de microtargeting político que influyeron en elecciones clave como el referéndum del Brexit o las presidenciales de Estados Unidos en 2016. Este escándalo demostró cómo los algoritmos pueden segmentar audiencias, reforzar creencias y polarizar sociedades, cuestionando la transparencia de los procesos democráticos. Elon Musk parece haber aprendido la lección, no para replicar un uso indebido de datos personales, sino para comprar y manejar una red social a su gusto según su visión y objetivos estratégicos.
Es cierto que la manipulación social no es nueva. Lo que hacen las redes sociales ahora —modular a los ciudadanos/as y poner en jaque a gobiernos— ya lo hacía el denominado cuarto poder. Históricamente, los medios de comunicación tradicionales han sido fundamentales para la democracia, actuando como vigilantes que informan y cuestionan a los otros poderes del Estado. Sin embargo, en la era digital, su rol ha sido transformado por el auge de las redes sociales, que han desplazado a los medios convencionales como principales canales de información. A través de algoritmos personalizados y una capacidad sin precedentes para amplificar mensajes, estas plataformas no solo difunden noticias, sino que también moldean la opinión pública y afectan directamente los procesos democráticos. Ahora cualquier puede convertirse en emisor de información, erosionando el monopolio de los medios tradicionales, pero también abriendo la puerta a fenómenos como la desinformación, las cámaras de eco y la manipulación emocional.
Este cuarto poder, amplificado por las redes sociales y sus algoritmos, necesita regulación. Si las democracias han puesto freno a otros poderes con contrapoderes y normas —como la responsabilidad editorial en los medios de comunicación o derechos de rectificación—, quizá haya llegado el momento de aplicar regulaciones a los algoritmos que manipulan, amplifican desinformación y ponen en riesgo la democracia. Es imperativo entender que estos nuevos foros digitales no son plazas públicas abiertas y transparentes, sino espacios privados controlados por multimillonarios (Zuckerberg, Musk) o incluso gobiernos (TikTok). Regular sus algoritmos será clave para proteger nuestro futuro.
Como dijo el gran Lawrence Lessig, «el código es la ley». Si unimos esta idea con la frase del Conde de Romanones, «Hagan ustedes las leyes y déjenme a mí los reglamentos», podemos plantear una versión moderna: «Hagan ustedes las leyes, que yo escribiré el algoritmo que controlará la sociedad«.
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