Espectáculo o sentimiento
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El éxito del fútbol reside en su factor afectivo no en la brillantez del juego; un Liverpool-Everton siempre será mejor que un Dortmund-AtléticoEl enfrentamiento entre la UEFA y los clubes más poderosos no es nuevo. Es algo que se ha repetido de forma periódica y que ... está detrás del formato de Champions que rige desde 1998 que acabó con el romanticismo del fútbol, enterró la vieja Recopa y cercenó las posibilidades de los clubes de los países nórdicos y del Este, que nunca más ganarían el torneo. De hecho, los campeones de este siglo se los han repartido entre España (9), Inglaterra (4), Alemania (3) e Italia (3), más el Oporto portugués que lo hizo en 2003. Celtic, Feyenoord, Ajax, Steaua Bucarest, PSV Eindhoven o Estrella Roja son vestigios de una época brillante que quedó arrinconada por la codicia de los ricos, ante la que ha ido claudicando la UEFA a costa de mantener las riendas de un goloso negocio.
En el origen de la actual Champions estuvo el famoso G-12 integrado entonces por Milán, Juventus, Inter, Real Madrid, Barcelona, Bayern Munich, Dortmund, Liverpool, Manchester United, Ajax, Marsella y Oporto, que amenazó con crear una superliga privada financiada por Media Partners –una compañía ligada a Berlusconi, entonces presidente del Milán– si la UEFA no repartía los beneficios de sus competiciones de una manera más generosa con ellos.
Desde Nyon cedieron al chantaje. El dinero a repartir entre los clubes se triplicó, se aumentó el cupo de participantes en las grandes ligas y se establecieron coeficientes para evitar el enfrentamiento entre los fuertes en las primeras fases del torneo. Ahí se abrió una brecha entre los países ricos y el resto que con el tiempo se ha agrandado. Como las televisiones de Alemania, España, Inglaterra, Italia, Francia y Portugal eran las que más dinero ponían, sus clubes se repartirían la mayoría del pastel. La Copa de Europa creada para medir en similares condiciones a los campeones de liga del continente quedaba enterrada.
Aquel club de ricos nacido para salvaguardar su dinero reforzó su posición porque entendió que era un interlocutor válido para negociar con la UEFA en el futuro, como así ha sido. El máximo organismo del fútbol europeo reaccionó en 2008 dando amparo a la ECA (la Asociación de Clubes Europeos), a la que pertenece la Real Sociedad, como órgano de representación de los equipos europeos y contrapoder del G-14, que había ganado para la causa al PSG y PSV. Ahora la ECA ha tachado de egoístas a los desertores de la Superliga cuando hace tres días ocupaban los cuadros directivos de esta asociación.
Diez años después, en 2018, la última reforma de la Champions blindó a las ligas más poderosas con cuatro representantes directos en la fase de grupos y más dinero de televisión. Platini abogaba por conceder mayor peso a las ligas menores, de forma que se diese preferencia a los campeones de otros países antes que al cuarto clasificado de las grandes ligas, pero su caída en desgracia por los escándalos de corrupción reforzó la posición de los clubes más ricos, liderados entonces por Rummenigge (Bayern) y Agnelli (Juventus). Como siempre, detrás estuvo la amenaza de crear una competición cerrada con los equipos más poderosos de las cinco asociaciones más fuertes: Inglaterra, España, Alemania, Italia y Francia.
Por tanto, el anuncio de la Superliga liderada por Florentino no es nuevo, aunque a diferencia de otros intentos en esta ocasión el rechazo a su proyecto ha sido unánime. Cuando dice que el fútbol está arruinado y se presenta como el mesías para salvarlo, debería hablar en primera persona. La pandemia ha agravado las dificultades de aquéllos que vivían por encima de sus posibilidades y que ahora se ven con el agua al cuello. Entre los doce clubes que dicen formar la Superliga deben casi 8.000 millones de euros, con el Chelsea, el Tottenham, el Barcelona y el Real Madrid por encima de los 900 millones. Y dicen que quieren salvar al fútbol...
Cualquier reforma de las competiciones europeas deberá llegar desde dentro del sistema y la propia UEFA, con la ECA como voz de los clubes. Y tendrá que atender a los méritos deportivos. Ver al Atlético en una Superliga cuando en su vida ha levantado una Copa de Europa produce risa.
Estos ricos por lo que producen aunque arruinados por lo que deben han cometido un grave error de cálculo, que ha sido fiarlo todo al dinero de las televisiones. Hace tiempo que dieron la espalda a los aficionados, por eso las gradas del Camp Nou y el Bernabéu se asemejan más a las de un Port Aventura lleno de turistas que a las de un campo de fútbol. Pero no les habían dicho a la cara que eran prescindibles, como ha ocurrido ahora.
El éxito del fútbol no reside en el juego sino en el fenómeno cultural que representa, algo difícil de entender por los dirigentes de este G-12, más ligados al mundo de los negocios que al balón. Los equipos generan un sentimiento identitario de pertenencia a una comunidad que es lo que los hace grandes. Por eso el hincha del Liverpool no puede creer que le vayan a cambiar el derbi contra el Everton por un partido contra el Atlético y no tardaron en aparecer en Anfield pancartas de protesta. Es lo que tiene que tus dueños sean yanquis, que lo más redondo que han visto es un balón... pero de fútbol americano.
Ya sabemos que no se puede ir contra el progreso y hay que adaptarse a los tiempos, aunque ello traiga un aburrido monopolio. 15 de las 16 últimas Ligas se las han repartido entre Barcelona y el Real Madrid, que han llegado a competir con quince veces más presupuesto que algunos rivales. Ahora que esa distancia se ha reducido quieren más dinero, aunque sea a costa de pegarse un tiro en el pie. Porque una Superliga elitista puede fomentar su espectáculo pero irá en detrimento del sentimiento. Y sin sentimiento no hay fútbol.
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