Caza y huida a Sevilla
Capítulo VI (1522) ·
Elcano capitanea unas singladuras heroicas con una nao desvencijada que hace escala en Cabo Verde, donde es descubierta por los lusosSecciones
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Capítulo VI (1522) ·
Elcano capitanea unas singladuras heroicas con una nao desvencijada que hace escala en Cabo Verde, donde es descubierta por los lusosLa Victoria surca el océano Indico alejado de las rutas comerciales enemigas y sin el abrigo de la costa. En las primeras semanas de navegación la nao se ciñe a los vientos alisios que la deslizan al sur con facilidad a pesar de la carga de clavo. Pura mar hasta que el 18 de marzo avistan tierra. Un islote de 6 leguas de diámetro y yermo en el que no se divisan árboles. Elcano la rodea en busca de algún fondeadero, pero sus acantilados y rocas le obligan a dejarla atrás sin pisarla. Su reserva de alimentos se deteriora. En su última parada en Timor no habían encontrado sal para conservar la carne y el pescado.
Elcano rastrea los alrededores y se resigna a continuar. Vientos de sotavento le obligan a dar bordadas mientras las corrientes contrarias a su ruta falsean las estimaciones de su avance. Lo ganado en días se pierde en pocas horas. Una fría tempestad les da la bienvenida al cruce donde las aguas de dos mares luchan. El oleaje golpea furioso a las amuras y el viento balancea una nave difícil de gobernar por su carga.
El getariarra, curtido en el Cantábrico, vuelve a la carga tras amainar, pero otra fuerte tormenta le hace recapitular. Se baten contra una fuerza inabordable que obliga a buscar un paralelo más favorable. El 4 de mayo, los cálculos de Elcano y Albo les hacen creer que han superado el Cabo de Buena Esperanza, bien llamado como el Cabo de las Tormentas. La decepción es terrible al percatarse de que aún están a la altura del río Infante.
La debilidad física y los síntomas del escorbuto comienzan a hacer mella y la carne está podrida. Ven la costa. La salvación. Sin embargo, Elcano y sus marineros deciden seguir luchando en la mar antes de ser apresados. Anteponen el honor y la gloria a un destino fatal. Lo peor está por llegar.
La derrota hacia el suroeste avanza entre singladuras en zig-zag a jornadas a barlovento. El 16 de mayo, el viento al que se enfrentan quiebra el mástil y la verga del trinquete. La boca del infierno se abre ante ellos. Lanzar la carga por la borda les daría más posibilidades de sobrevivir, pero deciden resistir con todas su fuerzas, que son pocas. Los enfermos comienzan a caer. El escorbuto hace estragos de nuevo.
Unos días de vientos muy favorables acercan a la Victoria a latitudes más calurosas. En la singladura del 25 de mayo avanzan 100 millas náuticas, pero los fallecidos son diarios, y las fuerzas de la tripulación se agotan. Elcano ordena rumbo noreste y comienzan una penosa peregrinación por las costas de Guinea en busca de un lugar para fondear y avituallarse. Dos semanas más tarde, siguen sin encontrar un lugar donde tocar tierra. Se mueren de hambre y sed. El 1 de julio, someten a votación recalar en Cabo Verde, un archipiélago controlado por Portugal. La situación es tan crítica que la tripulación vota por mayoría arriesgarse a ser capturados.
Al desembarcar en Cabo Verde, los expedicionarios se aferran a un plan urdido previamente para no ser descubiertos. Son comerciantes españoles que a la vuelta de las Indias han roto el trinquete, han errado al garete por el Atlántico sin provisiones y necesitan ayuda para volver a España. El primer batel vuelve cargado de arroz. Los portugueses les dispensan buen trato que repetirán al día siguiente, mercadeando con el oro adquirido en el Pacífico. En la tercera incursión a puerto, un error fatal les delata al tratar de comprar esclavos con clavo para poder ayudarles en las tareas de achique del agua que estaba agotando a la tripulación. Simón de Burgos es acusado de delatar a sus compañeros ante sus compatriotas. Un total de trece tripulantes son apresados de inmediato y una representación de las autoridades portuarias sale a pedir la rendición de la nao Victoria.
Desde la nao se exige la devolución de los presos en un tenso compás de espera pero solo les queda la mar. Elcano y sus 22 hombres ponen proa al suroeste y tras dos días distanciándose de la costa viran a estribor. Las tareas se duplican. El siguiente asidero más seguro para ellos son las Islas Canarias, pero Elcano las evita. Teme que la flota portuguesa merodée el archipiélago en su búsqueda y por otra parte los vientos alisios son contrarios a esa derrota.
Sus singladuras enfilan las Islas Azores con viento a favor y una vez alcanzada su latitud, sus vientos guiarán a la Victoria hacia Sevilla. Es la llamada 'Volta do mar largo' que descubrieron los portugueses en el siglo XV. La velocidad de crucero les permite rebasar las islas de dominio portugués sin cruzarse con ningún buque.
El anticiclón en el que se adentran amaina el viento. La Victoria calma su furiosa navegación. Las 27 toneladas de clavo y las grietas del casco inundan lentamente la nao. Las bombas de achique se accionan noche y día. La tripulación vive días agónicos.
Se levantan los vientos que les llevarán rumbo al cabo de San Vicente. Dos semanas después divisan tierra y embocan el puerto de Sanlúcar de Barrameda. La Victoria llega escorada, sin el trinquete. En su cubierta 18 héroes, «flacos como jamás hombres estuvieron» según Elcano. Los supervivientes de la 'Armada del Moluco'. El 8 de septiembre son remolcados hasta Sevilla. Desembarcan descalzos, con cirios en la mano, en una procesión hasta dar gracias de rodillas a la Virgen de la Antigua. «Hemos descubierto y dado la vuelta a toda la redondeza del mundo», concluirá Juan Sebastián Elcano.
Pigafetta había nacido a fines del siglo XV en la República de Venecia y la posición de su padre le permitió estudiar Astronomía, Geografía y Cartografía, además de hacerse miembro de los Caballeros de Rodas. Eran los años siguientes al viaje de Colón y había todo un mundo por descubrir. Pigafetta se enroló en la expedición de Magallanes como sobresaliente con un salario de mil maravedíes. Durante el viaje, asistió a Magallanes y después a Elcano, llevando un diario paralelo al derrotero de Francisco Albo, un marinero griego que describió la ruta seguida.
Su gran descubrimiento se realizó revisando sus cálculos. Según sus notas habían llegado a Cabo Verde un día antes de la fecha real. Pigafetta escribió: «Todos los días, habiendo estado siempre sano, había escrito cada fecha sin intermedio. Pero, como se nos dijo entonces, no había error, pues siempre habíamos hecho nuestro viaje hacia el oeste y habíamos vuelto al mismo lugar de salida que el sol, por tanto el largo viaje había traído la ganancia de 24 horas, como se ve claramente».
Pigafetta, sin saberlo, había descubierto la línea internacional del tiempo, que causa que en un viaje de circunnavegación al oeste se pierda un día, que se gana si se hace al este. La línea internacional del cambio de fecha se hizo internacionalmente oficial en 1884, a 180 grados de Greenwich, donde se situó el meridiano de cero grados de longitud a fin de estandarizar la navegación. /Mauricio-José Schwarz
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