El rey Carlos I de España elige al portugués Fernando de Magallanes como capitán de la armada. El reto era encontrar un un paso hacia el Oeste y llegar a las Molucas para demostrar su pertenencia a España. Magallanes guiará la expedición sin compartir la derrota con los demás capitanes que seguirán su estela
Agosto de 1519. Sevilla es un hervidero asfixiante de pertrechos y acondicionamiento de las cinco naves que la Casa de Contratación del rey adquirió por 1.316.250 maravedíes para abordar la aventura más importante de su tiempo. Entre los víveres que se ordenan subir a las bodegas, ingentes cantidades de 'bizcocho', una torta dura de trigo. Cargan desde vino, aceite, pescado seco, tocino, habas a vacas o cerdos vivos. Un despensero vela por los alimentos y el agua. El armamento pesado se deja en un segundo plano, con lombardas móviles, en previsión de conflictos menores con indígenas. Ante futuros intercambios comerciales, almacenan cuchillos, espejos, ropas y complementos que serán moneda de cambio.
Un capitán general portugués despreciado en su patria, lidera la 'Armada del Moluco' y los designios del rey Carlos I. Entre las tripulaciones nacen los primeros recelos. El escudo de armas que Magallanes luce en un mástil de la nao capitana Trinidad, se asemeja al del rey de Portugal, signo que enardece a las autoridades de Sevilla que exigen su retirada inmediata.
La sombra de la traición flota en el río Guadalquivir, desde cuyo puerto de Triana cuatro naos y una carabela con 244 tripulantes zarpan hacia las Molucas de forma desordenada. Las naves se reúnen en Sanlúcar de Barrameda, donde terminan de abastecerse y aguardan más de un mes. Una posible maniobra de Magallanes para despistar a los portugueses, interesados en malograr un viaje que pretende llegar a la Especería desde aguas castellanas y reclamar su dominio.
Antes de desplegar velas hacia mar abierto, el líder luso crea un código de señales lumínicas para comunicarse con su convoy. Un farol en la popa de la nao capitana Trinidad es la luz a seguir por la noche, que los demás barcos replicarán. Además obligará a sus subordinados a rendirle respetos, aproximando sus naves cada atardecer. Magallanes exige a los demás capitanes que se dirijan a él con la frase «Dios vos salve, señor capitán general y maestre e buena compañía».
La expedición
4 naos
1 caravela
480 toneladas
244 tripulantes
8.346.379 maravedíes
El capitán general remarca su autoridad e incumple uno de los puntos de su acuerdo con Carlos I. Decide no compartir la derrota de sus singladuras. El desagravio enerva a los demás capitanes y maestres. Seguir una estela con naves de distintas velocidades de crucero se prevé agónico. Magallanes guarda en secreto sus cábalas, guiado por los estudios del cosmógrafo y compatriota Rui de Faleiro. Los marinos españoles temen por su destino, en manos de un solo timón extranjero.
Una travesía costera por África les guía hasta Tenerife, donde hacen acopio de pez para el calafateado de los barcos y víveres para el salto transoceánico. La ruta que siguen vuelve a levantar sospechas sobre una posible traición, ya que utilizan una ruta portuguesa que les lleva rumbo a Cabo Verde.
Juan de Cartagena, 'veedor' designado por el emperador para vigilar sus intereses, es el primero en contravenir las órdenes de Magallanes. Al mando de la nao San Antonio, se niega a mostrarle los respetos obligados y emplea para ello a un subordinado. Recriminado por el capitan general, Cartagena clama ser de igual rango por mandato real, al haberle denominado Carlos I 'conjunta persona' al mando. La disputa se acalora en la cubierta de la Trinidad, donde Magallanes lo arresta y queda bajo la custodia de Gaspar de Quesada. También le releva del gobierno de la San Antonio, y nombra capitán a su sobrino Álvaro de Mesquita.
Viraje al Nuevo Mundo
Juan Sebastián Elcano, maestre de la nao Concepción, respeta la navegación que se nutre de los vientos alisios favorables en la costa y reconoce entre sus hombres de confianza la destreza de Magallanes. Un periodo de calmas y tempestades preceden el cruce del mar Atlántico. A la altura del litoral de Sierra Leona, la Trinidad vira por fin hacia el Oeste. La visión celestial del 'Fuego de San Telmo' en la arboladura, un fenómeno físico interpretado como anuncio divino, bendice la derrota.
Dos meses y medio después, la travesía atlántica toma tierra en la Bahía de Sepetiba, cercana a la actual Río de Janeiro, en territorio castellano según el tratado de Tordesillas. Una tierra calurosa y fértil provee de víveres frescos a la expedición. Los tratos con la comunidad indígena son muy beneficiosos. Consiguen cestas llenas de pescado a cambio de un espejo, gallinas por un cuchillo y hasta les ofrecen niñas esclavas a cambio de hachas. Magallanes prohíbe estos últimos tratos y el intercambio carnal siguiendo el mandato real y hasta condena a muerte a un paje italiano por homosexualidad. Tras dos semanas de descanso, y calafateado, zarpan rumbo sur.
En marzo de 1520, los expedicionarios arriban al Río de la Plata, descubierto antes por Díaz de Solís, que fue engullido por caníbales en 1516. La enorme desembocadura del río hacía pensar en la posibilidad de que fuera el paso hacia el Pacífico, un mar descubierto por el conquistador Vasco Nuñez de Balboa en 1513. Una avanzadilla remonta el río durante 22 días en los que encuentra resistencia local y pruebas irrefutables de que es un enorme río. La armada prosigue una ruta austral y se adentra en aguas inexploradas.
Magallanes persigue un paso hacia el Pacífico pero el invierno acecha. El puerto natural de la Bahía de San Julián sirve de cobijo a la expedición en la tierra de los 'patagones', los enormes indígenas con los que llegan a tener intercambios e incluso apresan algunos para llevarlos a la corte. La tierra es casi yerma. Salvo pingüinos o lobos marinos, el alimento escasea. Desmoralizada por el frío y la quietud, parte de la expedición se amotina en San Julián, pero Magallanes repele la revuelta de forma expeditiva y resisten al invierno.
Los problemas no cesan. En tareas de reconocimiento, la carabela Santiago encalla y los supervivientes vuelven a pie en una odisea de unas 100 millas, con nieve y sin apenas alimento. Recuperar la carga de la nave perdida les lleva dos meses. Descansan en la bahía cercana de Santa Cruz, donde una tempestad casi lleva a pique a la flota. Es tiempo para el acopio de madera y agua para acometer la búsqueda del ansiado estrecho.
Vídeo. El viaje de Elcano, en vídeo
O.GOÑI
1520: Sublevación, muerte, destierro y perdón
Juan de Cartagena, que vela por los intereses del rey Carlos I en el acuerdo con Magallanes, sigue preso bajo la vigilancia de Gaspar de Quesada, capitán de la Concepción. Ambos conspiran. Estar abocados a un invierno crudo en un lugar inhóspito, la negativa de Magallanes a compartir el rumbo y su autoritarismo, terminan por detonar un motín. Los sublevados quieren hacerle entrar en razón, dejar de buscar un estrecho imaginario y e ir a las Molucas desde el cabo de Buena Esperanza, ya que esa vía no está descartada en las instrucciones reales.
Juan Sebastián Elcano, maestre de la nao Concepción, respeta a Magallanes como marino, pero es crítico con la elección del momento de la partida, que causó llegar a esas latitudes en pleno invierno. Se une a ellos, junto a casi todos los oficiales españoles.
Los amotinados toman primero la nao San Antonio que capitanea el sobrino del capitán general, Álvaro de Mesquita. En dos botes, un contingente de 30 hombres armados sube a cubierta. Elcano, uno de ellos, es nombrado capitán de la nao. Si bien Álvaro de Mesquita se resigna, su maestre Juan de Elorriaga protesta airadamente. Gaspar de Quesada lo apuñala sin piedad.
Un bote que intercambia mensajes entre los conspiradores termina informando a Magallanes, que prepara su estrategia de respuesta. Comprueba que la Concepción está en zafarrancho de combate y después decide enviar un mensaje a la nao Victoria mediante el alguacil mayor de la armada Gómez de Espinosa, en lo que parece una avanzadilla dispuesta a negociar. Varios soldados camuflan armamento en sus capas. Entregan una nota al capitán Luis de Mendoza, con una invitación para llevarle a la nao capitana, con el propósito de discutir sobre las rutas a seguir. Mendoza la declina al tiempo que es acuchillado hasta la muerte por Gómez de Espinosa. En breve, un batel con soldados de Magallanes toma el mando. El capitán general cambia las tornas y son fieles a él su nave Trinidad, la carabela Santiago y la Victoria. Ahora la artillería apunta a la naves de los sublevados que se rinden ante la superioridad de fuego que tienen en contra. Magallanes arriba en persona a la Concepción y los prende.
Ley en tierra
El líder de la expedición quiere que el juicio sea presenciado por las tripulaciones e imponer su autoridad. Las sentencias son de muerte para Juan de Cartagena, Gaspar de Quesada, Elcano y un grupo aproximado de 40 personas. Esa misma noche Magallanes hace ejecutar y descuartizar a Gaspar de Quesada sin demora, por el acuchillamiento de Elorriaga, que morirá por las heridas dos meses más tarde. La llegada del anochecer hace que la impartición de justicia se aplace. Magallanes recapacita. El clima hostil, las condiciones en las que deberá pasar el invierno la expedición y sus futuros desafíos se tornan vitales para que Elcano y los demás amotinados salven el pellejo.
Se cree que León de Ezpeleta, escribano de Magallanes, tiene cierta influencia sobre las decisiones del capitán general. Había participado en las negociaciones del portugués con la corona en Valladolid y le había ayudado a conseguir comisiones como la veintena de las tierras conquistadas o una quinta parte de la carga que consiguieran. Ezpeleta le pide benevolencia y le convence de que unas tripulaciones diezmadas dificultarán sus objetivos. También le habla sobre las destrezas de Elcano como marino y de la estima que le tiene el navegante vasco en su arte de navegar. Magallanes termina por perdonar vidas y mutilaciones. Hace firmar a los condenados el reconocimiento de su autoridad y un pago que nunca se llega a producir. Elcano es degradado a marinero aunque en la práctica seguirá ejerciendo como maestre.
Sin embargo, el veedor real Juan de Cartagena y un clérigo fiel son abandonados a su suerte con unas pocas raciones de bizcocho y algo de vino. No lo ejecuta por su designación real, pero le condena a un destino aún más cruel. Una muerte lenta en un infierno de nieve.
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