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Magallanes y la Isla de los Ladrones

El oasis en un mar desértico

CAPÍTULO III (1521) ·

Tres naos abatidas por la sed, el hambre y el escorbuto, pisan la primera isla habitada en su ruta por el Pacífico

Iñigo Puerta

San Sebastián

Sábado, 6 de julio 2019, 07:41

Las tres naos supervivientes arriban a una isla paradisíaca en cuyas aguas transparentes fondean mientras canoas repletas de familias les dan la bienvenida. Con permiso de Magallanes los indígenas suben a las naves con iración y comienzan a curiosear y adquirir objetos por doquier sin posibilidad de oposición por parte de una tripulación extenuada y enferma que se dedica a ver el expolio con impotencia. Solo algún disparo de lombarda al aire logra frenar el robo frenético. Pigaffeta describe una población salvaje muy primitiva, que posiblemente no había conocido ninguna otra presencia humana en su historia y que tampoco entendía el sentido de la propiedad como los expedicionarios. La bautizan como la Isla de los Ladrones.

El oasis esta repleto de cocos, batatas, cerdos o caña de azúcar, además de ingentes cantidades de pescado. A los pocos días de recuperar el resuello, el robo de la txalupa de la nao capitana enardece a Magallanes. Las órdenes de Carlos I previas al viaje, les obligaban a procurar dialogar y mantener la paz con las nuevas poblaciones adas, sellar alianzas y acuerdos comerciales con los reyes locales.

El portugués declara no tener ningún rey con el que tratar y enfadado por el ultraje, decide darles un escarmiento y desembarca a 40 hombres armados. El castigo es cruel. Queman todas sus casas y acaban con la vida de siete varones que ni siquiera saben que van a morir. Heridos por las flechas de ballesta, sorprendidos, no conocen su destino fatal inmediato y tratan de arrancárselas antes de caer. Imágenes que causan compasión incluso entre los soldados. Antes de volver a las naos recuperan el esquife robado y saquean el poblado en busca de viandas antes de largar velas dejando una estela de muerte y destrucción. Decenas de canoas acechan a las naos en la partida. Pasan con sus canoas por la proa. Gesticulan, gritan, les enseñan pescados, los familiares de los muertos sollozan, les lanzan piedras. Despiden a sus verdugos.

El capitán general ordena una nueva ruta que no enfila la posición de las Molucas, mientras el estado general de las naves comienza a preocupar a los marinos más versados. Los barcos sufren las primeras vías de agua importantes a falta del calafateado. Necesitan reparar y sellar la madera para evita filtraciones, pero esta no es la prioridad del capitán general.

En su primer o después de tres meses los indígenas les roban y replican con la fuerza

Una nueva travesía de unas 800 millas náuticas les guía hasta la Isla de Gada, hoy Homonhon (Filipinas). La expedición desembarca y monta dos tiendas con el fin de sanar a los enfermos. Les visita una comitiva de nueve indígenas con los que tienen tratos amigables. Se muestran pacíficos. Les cambian espejos, bonetes o ropas por pescado, arroz y otros alimentos.

A los expedicionarios les asombra la cantidad de usos que llega a tener un cocotero, del que además del fruto hacen una especie de pan, vino, vinagre, aceite y cuerdas. Les aseguran que dos cocoteros dan para vivir a una familia de 10 . El agua de coco y las frutas que recogen son remedios contra el escorbuto, pero en muchos casos el avance de la enfermedad es irreversible. Invitados en cubierta antes de la zarpar, Magallanes ordena una salva de artillería en honor a los indígenas. El estruendo les asusta y quieren saltar.

Tras una estancia amistosa con la población recalan en Mazava, donde según el piloto Albo «la gente es muy buena». En esta isla estrechan lazos con el rey local y los intercambios de regalos son exitosos. Enrique, el esclavo malasio de Magallanes, entiende parte de su idioma. Las palabras confirman que se encuentra cerca de su tierra. De forma oficiosa, Enrique se lleva el honor de convertirse en la prueba viva de que la tierra es redonda, aunque había sido embarcado a la fuerza en la aventura.

Salvas de artillería en Cebú

Las tres naos arriban a la población más avanzada del archipiélago con todo el velamen desplegado y disparando sus lombardas como saludo. Ante el estruendo, el puerto comercial repleto de barcos teme un ataque, por lo que hacen ver que sus fines son amistosos, y los cañonazos son saludos.

Magallanes explica al rey de Cebú su procedencia y su intención de comerciar y el monarca trata de hacerles pagar un tributo por su atraque. Magallanes replica que no pagará pues representa a Carlos I, el rey más poderoso del mundo y le advierte sobre el poderío de su armada.

El rey es invitado abordo y la armada exhibe a un soldado ataviado con una armadura completa, haciéndoles ver que eran casi invencibles y exagerando el número de sus tropas para disuadirles sobre cualquier ataque. El capitán general le convence de la conveniencia de hacerse cristianos para sellar una alianza ventajosa con su rey, que le convertirá en el rey más poderoso de su entorno. Mientras tanto siguen las bajas y la expedición pide poder enterrar al ordiziarra Martín Barrena.

El 14 de abril de 1521, Magallanes bautiza a la realeza y quinientas personas más de su corte. Entre los regalos entregados por su acto, una imagen del niño Jesús, una armadura completa y la instalación de un crucifijo en la isla. La población de Cebú se presenta como la más evolucionada, se viste y exhibe oro en abundancia. Magallanes prohibe a su tripulación mostrar interés por este metal para depreciar su valor de cambio y les recuerda la mayor rentabilidad de las especias como el clavo, que podía alcanzar hasta un 2.000% del capital invertido.

En Cebú consiguen que su rey se alíe a Carlos I y le convierten al cristianismo junto a 500 habitantes

Mactán, la trampa

En la isla cercana a Cebú reinan dos caciques que se odian entre sí. El llamado Zula se pondrá a las órdenes de Magallanes de inmediato, mientras Cilapulapu no quiere rendir obediencia al rey de Castilla. El capitán general, decide castigar su actitud y ordena destruir por completo su población, Bulaia.

Zula, el otro reyezuelo en discordia que había sido cristianizado, ve la posibilidad de acabar con su competencia y envía a su hijo con dos venados de regalo a la nao capitana, junto a un mensaje para Magallanes. En él pide que le envíen una nave con guerreros, con la convicción de poder derrotar a Cilapulapu. A su vez, el rey de Cebú, le ofrece el apoyo de mil combatientes para unirse a su armada. Magallanes se siente invencible y desoye cualquier aviso de prudencia. El capitán Serrano le implora que no vaya. A medianoche, Magallanes parte junto a 60 hombres armados entre los que se encuentra Pigaffeta y sus hombres más leales. Elcano no acude. Antes del amanecer 49 guerreros pisan Mactán.

Vídeo. El viaje de Elcano, en vídeo O.GOÑI

Por un imperio donde no se pusiera el sol

Iratxe Bernal

Tiene 18 años, aún no domina la lengua de estos reinos y desconfía de unos vasallos que ven en su hermano Fernando, nacido y criado en Castilla, un mejor sustituto del rey católico como tutor de su madre, la reina loca. Pero llega con paso firme, decidido a crear un imperio de reñidas fronteras en Europa e inexplorados horizontes en las Indias.

Y para lograrlo está dispuesto a escuchar casi a cualquiera, sobre todo si le promete riquezas más tangibles que el aún incierto El Dorado americano. De modo que, pese a los parcos razonamientos, cuando Fernando de Magallanes le asegura que puede llegar a las Molucas por el este y acceder a las preciadas especies sin romper ningún tratado internacional, no pierde el tiempo. El 22 de marzo de 1518, solo seis meses después de llegar a España, con la jura ante las Cortes de Castilla aún reciente y la de Aragón todavía pendiente, firma en nombre de la reina propietaria la capitulación a favor del hidalgo portugués.

Entre sus órdenes en la expedición estaban el que Magallanes compartiese los rumbos a seguir y una vez llegados a territorios inexplorados, debía entablar diálogo y alianzas comerciales con los reyes locales para ampliar su influecia y riquezas en una zona bajo influjo portugués.

Cuando el 8 de septiembre de 1522 la única nave que ha completado la expedición regrese a Sevilla, Carlos ya será Emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, habrá alejado a Fernando de cualquier tentación enviándole primero a Flandes y nombrándole después archiduque de Austria, y lucha contra sus propios vasallos en las Germanías después de haber aplastado el movimiento comunero.

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